Ahora que tanto se habla de la reforma laboral, una empresa jiennense ha instaurado la jornada de trabajo de cuatro días a la semana. La medida ha contado con un importante eco mediático, y muchos asalariados ya sueñan con que pronto se extienda mejorada a todo el ruedo ibérico. Tras rescatar los vinilos de Luís Aguilé, hay quien tararea incesantemente «es una lata el trabajar».

Desde que vivimos en el llamado Estado del bienestar hemos asistido a una creciente demonización del trabajo, a la par que se sobrevalora la holganza hasta el extremo, lo que resulta cuando menos paradójico en un país con una insoportable tasa de desempleo. Quizá esta visión negativa del laborar provenga de la maldición bíblica «ganarás el pan con el sudor de tu frente», pero, para ser sinceros, quien hoy transpira en exceso es más por calor que por esfuerzo. Se ha demostrado que, salvo el de los políticos, todos los trabajos cansan, aunque no hasta una extenuación tal que requieran holgar la mitad de nuestra existencia. El nuevo gobierno ha traído el resurgir del pensamiento marxista ( tanto de Karl como de Groucho), y no será fácil convencer a los que, como el filósofo comunista, piensan que el hombre únicamente encuentra su goce en comer, reproducirse y vestirse, pero no en el trabajo. Quienes de marxistas solo tenemos el gusto por la reproducción y el buen yantar, preferimos el pensamiento de Voltaire al recordar que el trabajo aleja tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad.

La historia del sindicalismo tiene entre sus hitos la exitosa lucha emprendida para reducir las maratonianas jornadas de trabajo de antaño, pero se les olvidó enseñarnos qué hacer durante el tiempo libre. La discutible conquista que supone pasar de la cultura del trabajo a la del ocio no ha tenido su reflejo en una mejora de los niveles de lectura, una masiva asistencia a obras teatrales, o un tibio progreso en la confraternización con nuestros semejantes. Me temo que estemos repartiendo el anhelado asueto entre matriculaciones en gimnasios que nunca pisaremos, la búsqueda de menguantes obras públicas que contemplar, e insultos a ilusos conductores de patinetes que creyeron en eso de la movilidad sostenible. Decían los escolásticos que la ociosidad es enemiga del alma, pero viendo cómo ha engordado mi amigo Pepito desde que trabaja menos creo que también lo es del cuerpo.

Antes, a la pregunta de qué querían ser de mayores, los niños respondían bombero, médico o figura del torero; en unos años nos espetarán que holgazanes. Habrá quien objete (con razón) que no todos tienen la fortuna de que su trabajo coincida con su vocación, pero no deben olvidar que como dijo el insuperable -e injustamente olvidado - Jardiel Poncela «cuando el trabajo no constituye una diversión, hay que trabajar lo indecible para poder divertirse»

La nueva ministra de Trabajo ha anunciado sus propósitos para la actual legislatura. Ojalá me equivoque, pero muchos van a tener un descanso semanal de siete días.

* Abogado