La frase de Rafa Nadal, leída en prensa escrita, me anima a escribir unas líneas en estos tiempos confusos. Nadal ha dicho que no valoramos el gran país que tenemos, y es cierto. Quiero coger esta afirmación para utilizarla rindiendo homenaje a muchos españoles que, desde la muerte del dictador, hicieron posible que España gozara y viviera la etapa de mayor progreso, unión, avance y superación en una historia de muchos siglos. Con la mediación del gran estadista que fuera Adolfo Suarez (junto a Juan Carlos I), se selló, con un simbólico apretón de manos entre Fraga y Carrillo una apuesta de futuro que orillaba antagonismos políticos, impensable poco antes.

Han transcurrido 40 años, y hoy, ya en el siglo XXI, muchos españoles de cierta edad que, como yo, tuvimos el honor de servir públicamente a nuestro país desde diversas instituciones, vemos consternados cómo ese engranaje creado a base de años, solidaridad, pactos y amor por nuestra tierra, se va dinamitando día a día y cómo nuestra democracia lejos de asentarse y consolidarse parece ser agrietada desde la propia política, con el auxilio de algunos medios de comunicación que en un afán impropio de su deber de informar, empujan con deleite el carro de la desafección y confusión.

En esta vertiginosa época de redes sociales, de la máxima rapidez en todo, de un desmedido apego hacia lo banal, lo que apenas dura horas, sería un buen momento para plantear una reflexión serena y sincera de algunas señales inquietantes que presenta este país un poco enfermo llamado España Veamos: La perversa conversión del contrincante político, al que hay que vencer en las urnas, en un enemigo a destruir, incluso física y moralmente, genera la crispación, el insulto y la calumnia. Llegándose hasta el extremo de la no aceptación del adversario vencedor, cuando esta es la única garantía de la propia en el futuro.

La fidelidad a los principios, es una de las bases de la estabilidad social. El modelo que la experiencia vital de cada uno ha construido, constituye la guía a seguir. Pues bien, asistimos en estos años a un lamentable espectáculo de corrupción entre las clases dirigentes de nuestro país, que por mor de la riqueza, el poder y la soberbia han traicionado el sustento moral imprescindible.

Asistimos, de nuevo, a una confusión premeditada que trata de transferir al símbolo la esencia del concepto. Me refiero a que los símbolos nacionales, bandera, himno y escudo, a respetar y proteger, no deben sustituir a lo representado. La vida de cada una de las mujeres y hombres. Sus problemas, esperanzas, carencias...; en suma su protección, constituyen la esencia de la patria, de España. La premeditada confusión trata de utilizar partidariamente esos símbolos y genera, de nuevo en nuestra historia, una deslegitimación de ellos.

Consecuencia de la revolución tecnológica, la globalización, la desregularización financiera y, en los últimos años su plasmación en una terrible crisis económica; el ciudadano asiste angustiado a un paulatino deterioro de las bases del pacto social existente. La destrucción de las clases medias, el desamparo de amplias capas de población en el desempleo, la carencia de horizonte profesional para la juventud, la aparición de la indigencia entre las capas más desfavorecidas..., están poniendo en riesgo las estructuras socioeconómicas del país. Esa angustia genera la aparición de extremismos políticos e impulsa a ese ciudadano a una irreflexiva elección partidaria. La armonía social del país se resquebraja ante estos embates.

Por último, estamos contemplando cómo en la región más prospera de España, se desarrolla un proceso de pura delincuencia política, que ha arrastrado a un elevado número de ciudadanos a «comprar» la falacia de un mundo feliz, la independencia. La Cataluña actual, fruto, durante siglos, de la aportación de dinero público y privado desde el resto de España y de un capital humano innegable, no puede, hoy, hurtar al resto de los españoles la decisión sobre su futuro y consiguientemente sobre el de España.

Detengamos un momento nuestras agitadas vidas, reflexionemos, y pongamos, entre todos, las bases para hacer plenamente vigente la frase de Nadal. Ese será nuestro legado.

* Exalcalde de Baena y exparlamentario andaluz