Febrero, mes del amor por antonomasia. Las cadenas comerciales nos recuerdan insistentemente que el Día de S. Valentín se marca en su ecuador. Me revuelve: como marxista y aficionada a la filosofía, la mercantilización de un sentimiento tan poco encasillable como es el amor; como feminista, el bombardeo acerca de un modelo violento de amor romántico como único marco para desarrollar las relaciones sexo-afectivas; como bisexual que, a pesar de los avances de la sociedad, la publicidad siga incidiendo en la pareja hetero como la única deseable y legítima, invisibilizando otras relaciones.

Las relaciones sexo-afectivas diferentes a la heterosexualidad, estigmatizadas por su disidencia, fueron históricamente las más contestatarias contra el status quo. Cuestionaron el sistema relacional al completo durante y tras la revolución sexual-monógamo, únicamente válido a través del matrimonio y éste a su vez justificado por la procreación como fin último- que se sigue manteniendo, apuntalado por multinacionales en la actualidad y eclesiásticos desde hace siglos, con fervor semejante. Sin embargo, la familia tradicional continua siendo ejemplo a seguir y la ideología neoliberal a día de hoy ha alcanzado una ferocidad depredadora. No fue poca la lucha de quienes pensaban que otra forma de amar exenta de violencia era posible, así como de reconfigurar la sociedad, tanto dentro como fuera de la comunidad LGTBI. El capitalismo, en su lógica de engullir los movimientos con capacidad para destruir sus cimientos, permitió desestigmatizaren parte a la comunidad LGTBI a cambio de que se adecuaran a las reglas del juego (no cuestionar la pareja tradicional; relaciones que reprodujeran estructuras románticas violentas, independientemente del género de sus integrantes...). El capitalismo chantajea al colectivo a cambio de derechos fundamentales -que en esta sociedad son de justicia (ej., derecho al matrimonio homosexual)- pero no permite atacar la raíz del problema (único marco relacional amoroso y familiar, violento en su imposición y formas).

El amor romántico, como instrumento neoliberal, posiciona a la pareja frente a la comunidad. A nivel cultural no nos venden tener un tejido social solidario,amable y organizado que defiende lo de todo el mundo. Por el contrario, nos venden el encontrar una pareja como objetivo vital y de realización de cualquier persona (especialmente de las mujeres). De este modo, compactándonos en pequeños paquetes de dos somos más fácilmente manipulables y reproducimos esquemas egoístas del Tú y yo frente al resto, individualismo que después se trasladará a la posible prole (mis hijos frente al resto). Incapaces de reconocer las necesidades de unos en los otros más allá de lazos de afinidad, cotidianeidad o sangre, se convierte en verdad aquello que decía Hobbes de “El hombre es un lobo para el hombre”. Hemos elegido competición en lugar de colaboración.

Enarbolar la heterosexualidad como único molde posible (donde de por sí existe una desigualdad estructural del hombre vs mujer), nos lleva a la culpabilidad, cuando no a la negación de la orientación sexual de muchas personas. Igual ocurre con los encorsetados roles de género que delinean qué es y qué no es un hombre o una mujer, a pesar de que nadie puede caber al 100% en ninguna de esas construcciones sociales. Dejamos por el camino a otras identidades o a otras formas de entender el género.

En definitiva: No nos venden nada nuevo y nada nos han de regalar a nivel social o político. Nos toca seguir luchando para que se respete y dignifique las opciones diversas de construir vínculos y familias desde la libertad. Las reducciones simplistas amparadas en lo de siempre no hacen más que contaminar un futuro diverso que hace ya tiempo que nos llama a la puerta.

* Diputada por Córdoba de Adelante Andalucía en el Parlamento Andaluz