El deseo del amigo del anciano cronista de ilustrar con contundentes pruebas la banalización de la Historia criticada por este resulta, desgraciadamente, fácil de satisfacer. La avalancha aplastante del género llamado novelística histórica, la no menos inundatoria marea de los escritos memorialíticos y los no menos numerosos artículos en suplementos periodísticos hebdomadarios proporcionan caudalosa e inextinguible materia a la tarea señalada. Para contrarrestar mínimamente sus estragos sería necesario instituir un cuerpo de «guardianes de la Historia»; empero, su constitución se convertiría de inmediato en una labor atosigante y polémica. Mas agible quizás resultara la designación de un grupo de «custodios de la Historia» a cargo de instituciones académicas de acendrado prestigio e impoluta trayectoria. Del lado del articulista, y a la espera de la aparición de alguna medida paliativa de la honda dolencia que aqueja a la divulgación en España de los muy respetables valores de Clío que imantaron ardidamente su vocación intelectual en días moceriles, no existe otro camino que proseguir su modesta e incansable caza de gazapos y deslices en algunas obras que reclaman su acezante curiosidad por los acontecimientos del ayer considerados como clave interpretativa esencial del presente.

Del análisis de este se ocupó justamente, y a lo largo de más de un veintenio, como proel del principal navío de la afamada flota periodística de la Transición e inicios de la actual coyuntura política, el autor del libro de recuerdos comenzado a escoliar en el artículo precedente, D. Juan Luis Cebrián, de amplio y abrillantado cursus honorum profesional. De ahí el disgusto provocado en el ánimo del lector de la primera entrega de sus memorias al comprobar el trato, en exceso desenvuelto e informal con la adusta Clío, del que semeja hacer gala en las páginas susomentadas. No cansado de sus «libertades» con el equipo democristiano que protagonizó el principal y decisivo capítulo del Concordato de 1953 -Alberto Martín Artajo, Joaquín Ruiz Giménez, Fernando Mª Castiella- insiste -y en las mismas pp. 116-7- en sus ligerezas historiográficas al hacer del eminente latinista sevillano Antonio Fontán Pérez, creador y alma junto con el recién fallecido Ángel Benito de, a larga distancia, la mejor Facultad de Periodismo española, «profesor de Derecho». No satisfecho con la deturpación biográfica de quien fuese, en el terreno político, presidente del Senado y ministro de Administración Territorial (abril 1977-1980) en el penúltimo gabinete de Adolfo Suárez, sube en grado extremo la escala de sus «alegrías» en la reconstrucción del ayer más inmediato al mencionar un suceso de la mayor importancia de la historia intelectual de la España contemporánea, conforme habremos de recodar en el último artículo de esta serie.

* Catedrático