Andan los masones afanosos preparando la conmemoración de su trescientos aniversario con el objetivo de recuperar la presencia y la honorabilidad que los avatares históricos le han negado durante muchas décadas y de modo especialmente trágico durante y tras la Guerra Civil. Algo que les ha hecho durante décadas ser, más que secretos, discretos, como reiteran de modo continuo.

Así que han salido a la calle en toda España, han organizado jornadas, invitado a los vecinos de su barrio y a los ciudadanos de pueblos y capitales a visitar sus sedes, a familiarizarse con sus rituales y sus símbolos y a conocer mejor sus actividades y objetivos. Como muestra un botón: la sede de la Gran Logia de España en Madrid fue la más visitada durante la Semana de la Arquitectura, en la que un centenar de edificios abrieron sus puertas al gran público. La visita incluía la correspondiente explicación y por no faltar no faltaba ni la habitual pequeña tienda de souvenirs.

En Córdoba, el Ayuntamiento, a través de una declaración institucional respaldada unánimemente, subrayó hace unas semanas el importante bagaje social de la Masoneria en España, reconociendo su honorabilidad y sumándose así a iniciativas similares en nuestro país y en otros lugares del mundo. Un prólogo del Congreso Nacional Masónico anunciado para noviembre.

Y también a modo de prólogo, tanto la Casa de Sefarad, primero, como la Asociación Arte, Arqueología e Historia han dedicado en marzo sendos ciclos a conocer mejor el pasado y el presente de la masonería andaluza en general y cordobesa en particular, adelantarnos algunas de las últimas publicaciones sobre su represión durante el franquismo --como en el caso de los profesores Fernando Martínez y Leandro Álvarez-- o recordarnos clásicos como el libro de Moreno Gómez y Ortiz Villalba La masonería en Córdoba, publicado en 1985 por Albolafia. O las biografias trazadas por Ortiz Villalba, Aguilar Gavilán, García Parody y Toribio García sobre masones cordobeses como Jaén Morente, Eloy Vaquero, Azorín Izquierdo o Rafael Castejón Martínez de Arizala. Paradójicamente, el intenso celo desplegado por la represión franquista --llevada en muchos casos a niveles de ensañamiento-- ha servido para que los estudiosos dispongan de un amplio material al que acudir. Y para poner de relieve que Córdoba ha aportado nombres y hechos destacados a la historia general de la Masonería en España, cuyo devenir histórico no deja de ser un reflejo del propio de nuestro país. Conforme al principio de acción/reacción sus sociedades aparecen y desaparecen (casi siempre perseguidas como el origen de todos los males) en función de hechos como el Desastre del 98 o la dictadura de Primo de Rivera hasta llegar a la profunda división de la Guerra Civil. Hoy, 75 años después de la última tenida masónica en Córdoba, la Maimónides 173, desde 2011, y la Patricia Corduba 416, desde 2015, recogen el testigo de la inicial Patricia 13 en 1870 o la Turdetania de 1917, por citar dos ejemplos paradigmáticos.

Entre historia y simbologías ese mejor conocimiento puede llevarnos a encontrar nuevas dimensiones a la hora de pasear por calles como Lucano o Lineros… O quizá dirigir la mirada hacia los aleros o la verja del edificio del Rectorado tras la que la estatua Rafael Castejón sigue el devenir de la antaño sede de Veterinaria y de los muebles del despacho decanal, también susceptibles de interpretaciones masónicas. Incluso los habituales del Círculo mirarán con más detalle algún azulejo de su patio o su veleta. Et sic ceteris.

Hasta noviembre se abre para los masones un paréntesis de meses. Sin embargo un pequeño personaje, de apenas un centímetro, color azul y orejas de ratón (de ahí su nombre griego, Myosotis) se encargará --sin pretenderlo-- de recordarlos desde patios y jardines. Cuentan que Dios, gran botánico además de gran arquitecto, a la hora de poner nombres a las flores no reparó en ella, a pesar de que con voz tan diminuta como su tamaño le decía: «No me olvides, no me olvides». Y cuando quiso arreglarlo ya los tenía todos adjudicados. Así que le puso el de su reclamación: «No me olvides». Y así la conocemos hoy.

Asume muchas aventuras. Pero la que toca aquí es recordar que fue utilizada por los masones en la Alemania nazi para identificarse entre ellos (curiosamente el mismo pin y de la misma fábrica fue usado también por los nazis en una de sus cuestaciones populares; la vida está llena de ironías). Tras la guerra las logias germanas la incorporaron a su iconografía. Y también la usan otros colectivos perseguidos, como los armenios. Aunque probablemente el papel con el que se sienta más encantada sea -por razones obvias-- el que juega entre los enamorados. A lo mejor la encuentran ustedes este mayo en los jardines o entre las macetas de los patios. En principio el hecho de que su cuidador lleve mandil debe ser totalmente circunstancial.H

* Periodista