A todo se acostumbra uno. Han vuelto los socialistas a las puertas del verano, y el paisaje político ha quedado como uno de aquellos cámpings con la radio colgada en la caravana y con Julio Iglesias cantando eso de unos que vienen y otros que se van. Pero ya es la tercera vez que vuelven los socialistas, compañeras y compañeros, y las emociones se convierten en rutina. La segunda vez se tenía la intriga de saber si había socialismo después de Felipe. El aznarato consistía en un interminable pasillo de luz de ultratumba por el que los antepasados salían a calmar al votante sociata mientras luchaba entre el más allá y el más acá. Alonso Puerta, Guillermo Galeote, Carlos Zayas, Tierno, Triginer, Pablo Castellanos... Por ejemplo, este puñado de nombres. Unos siguen y otros ya no están, pero juntos en este contexto, en este artículo, en vez de parecer historia sugieren nostalgia. Se puede tener nostalgia de días ajenos, de tiempos inciertos. La nostalgia es como el colesterol, está la buena y la mala. Yo tengo de las dos, aunque en realidad diría que también en esto me siento equidistante. Recuerdo muchas cosas, pero no las echo de menos. Me echo de menos a mí.

Cuando nos enseñaban los verbos (pasado, presente y futuro), me hice del presente porque resultaba el más fácil de memorizar. Donde esté el presente de indicativo que se quite todo lo demás. No es que fuéramos niños punks, es que los punks siempre han sido como niños, de ahí su rabia y su rebeldía, y su autenticidad. La verdad es que cuando me tocó decidir no fui punk porque me parecía que también era seguir una corriente. Lo más contestatario siempre ha sido no ser nada, ni de nadie. No pertenecer. Ya digo, no había nada como el presente porque el pasado y el futuro (perfecto, imperfecto, pluscuamperfecto, anterior, compuesto...) eran un lío, lo complicaban todo demasiado. Bueno, una temporada me pasé al enemigo y me hice del subjuntivo. Sin embargo hubo un tiempo verbal que no nos explicaron, y precisamente es el que hoy llena una gran parte de las estanterías de ocio y cultura: el pretérito nostálgico, que en el fondo aspira a ser un pretérito perfecto.

Hemos dejado atrás el siglo XX empapados de nostalgia y temblando ante el alzhéimer. Ambas palabras han llegado de la mano para instalarse en lo que decimos, en lo que somos. Lo mismo ocurre con la ley de memoria histórica y la legislación del derecho al olvido. Necesitamos recordar pero también tenemos derecho a que se olviden de nosotros. Además de arrojar luz sobre lo que sucedió, frente al empeño de quienes quisieran ocultar sus crímenes (o los de grupos, personas de las que nunca se han desvinculado), la memoria histórica se creó para defender el derecho a no ser olvidado. Para que quien fue asesinado o asesinada de una manera ignominiosa, pueda denunciar ahora, con la voz de la justicia, todo lo que le ocurrió.

La memoria histórica es la manera que tenemos de hablar con las víctimas de la tribu, ya no para devolverles el derecho a la vida que les arrebataron, sino para devolverles el derecho a la muerte, que también les negaron mediante crímenes y negación de los crímenes. O con algo todavía más atroz, más inhumano que la negación: el olvido; pues negar podría formar parte de un diálogo.

Con la memoria histórica se manifiesta la diferencia entre memoria y nostalgia, ya que la memoria histórica expresa ante todo lo que sienten los familiares por sus víctimas, sus seres perdidos, y asimismo manifiesta lo que siente la sociedad ante un crimen nacido de ella misma. La memoria es un sentimiento del mismo modo que la justicia no existiría sin sentimientos. La nostalgia es el sentimiento rival de la memoria. No sé si opuesto, lo que quiero decir es que viaja en sentido contrario. Ante la memoria histórica, nostalgia es lo que sienten quienes se empeñan en mantener los crímenes, a los muertos, en el olvido. La nostalgia la carga el diablo.

También el derecho al olvido ha nacido como otra forma de defender la memoria. Hace unos días, el Tribunal Constitucional dijo que tenemos derecho a desaparecer de las fuentes digitales. O quizá más bien dijo que tenemos derecho a no ser encontrados mediante medios digitales. Que lo que una vez se contó sobre una persona sin relevancia pública no la aplaste para siempre con el peso de lo público. Tenemos derecho a la memoria colectiva y tenemos derecho al olvido privado, el enemigo de esto es el alzhéimer sociológico. Es olvidar quiénes somos. Gente libre.

* Escritor