El próximo martes, 24 de enero, se celebra el día de san Francisco de Sales, patrón de los periodistas. Las Asociaciones de la Prensa lo recuerdan como adelantado de la comunicación social: se dice que escribía de día hojas clandestinas y las metía por debajo de las puertas, de noche. Escribía como los ángeles, de tal forma, que los franceses lo tienen entre sus clásicos de literatura. Nacido en los Alpes, en el castillo saboyano de Sales. Familia exquisita. Le llevan a estudiar a la universidad de París. Luego a Padua. Canónigo de Annecy, obispo auxiliar de Ginebra, líder de debates con los protestantes, apóstol de la región de Chablais. Vuelve a París, trata con san Vicente de Paúl; en todas partes se le recibe con entusiasmo. Una virtud: la dulzura de este hombre, de quien dicen que en su juventud tenía tan mal genio. Junto a san Francisco de Sales, los periodistas veneramos tambien al beato Lolo, Manuel Lozano Garrido, que pasó la mayor parte de su vida enfermo, en una silla de ruedas. De por fuerza, tenemos que recordar su precioso «Decálogo del periodista», escrito de su puño y letra, con guante de seda y puño de hierro, proclamando nuestra misión y nuestra tarea. Dice así: Primero, da gracias al ángel que clavó en tu frente el lucero de la verdad y lo bruñe a todas horas; segundo, cada día alumbrarás tu mensaje con dolor, porque la verdad es un ascua que se arranca del cielo y quema las entrañas para iluminar, pero tú cuida de llevarla dulcemente hasta el corazón de tus hermanos; tercero, cuando escribas lo has de hacer: de rodillas para amar; sentado para juzgar; erguido y poderoso, para combatir y sembrar; cuarto, abre pasmosamente tus ojos a lo que veas y deja que se te llene de sabia y frescura el cuenco de las manos, para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean; quinto, el buen peregrino de la palabra pagará con moneda de franqueza, la puerta que se le abre en la hospedería del corazón; sexto, trabaja el pan de la limpia información con la sal del estilo y la levadura de lo eterno y sírvela troceada por el interés, pero no le usurpes al hombre el gozo de saborear, juzgar y asimilar; séptimo. árbol de Dios, pídele que te haga roble, duro e impenetrable al hacha de la adulación y el soborno, pero con tu frente en las ramas a la hora de la cosecha; octavo, si a tu silencio se llama fracaso porque la luz falta a la cita, acepta y calla. Pobre del ídolo que tiene los pies del barro de la mentira. Pero ojo a su vez, con la vanagloria del mártir cuando las palabras no suenan por cobardía; noveno, siégate la mano que va a mancillar, porque las salpicaduras en los cerebros, son como sus heridas, que nunca se curan; décimo, recuerda que no has nacido para prensa de colores. Ni confitería, ni platos fuertes: sirve mejor el buen bocado de la vida limpia y esperanzadora, como es. Precioso decálogo para los periodistas de esta hora, que engrandece nuestra misión y nos invita a desarrollarla con bondad y audacia en todos los frentes de la vida.

* Periodista y sacerdote