El historiador Antonio Aguilar y Cano (1848-1913) es conocido por sus aportaciones a la historia local, sobre todo de su pueblo natal, Puente Genil. En 1892 publicó un trabajo referido a Aguilar de la Frontera: Hins-Belay. Estudio histórico acerca del castillo de Poley. Entre otras consideraciones, rechazaba los argumentos que identificaban esa población con Ipagro, y se manifestaba a favor de reconocer su origen en el castillo de Poley; frente a la afirmación de Dozy de que dicha denominación fuera un genitivo derivado de Ilipula, defendió «una conjetura poco firme, poco fundada, de difícil demostración por la carencia de testimonios». Su propuesta era que Poley «podía ser y es transcripción naturalísima de Pelagii, genitivo de Pelagius, nombre romano que corresponde al romanceado Pelayo. Admitido su origen, el nombre de Poley o Hins-Belay, significaría sencillamente castillo de Pelayo». Pero lo llamativo de su propuesta es la respuesta a quién era ese Pelayo y si acaso no podría ser el de Covadonga: «Nadie puede hoy contestar afirmativamente esa pregunta, porque nadie dispone de las pruebas necesarias para sostener esa afirmación; pero abrigar la duda de que lo fuera, acariciar ese bello supuesto, sentirlo como si realmente fuese cierto, eso sí puede hacerse porque para ello hay suficientes indicios». Así, Aguilar y Cano adjudicaba a Aguilar el haber sido origen de la resistencia de Pelayo, y por tanto de la conquista cristiana, es decir, de la denominada Reconquista. Estamos ante el caso paradigmático del historiador local que se mueve entre dos aguas: la impuesta por la lógica y una metodología seria, u otra que se deja llevar por lo que, según hemos visto, él mismo calificaba de «bello supuesto». Siguiendo esa segunda vía solo se conseguía llegar a unas conclusiones presentadas como verdaderas, pero sustentadas sobre unas premisas que eran, sencillamente, indemostrables, de hecho él mismo reconocía en otro lugar que sus conclusiones se expresaban «en términos acaso prohibidos por los buenos preceptos de la lógica». No obstante, era considerado un buen historiador y arqueólogo, y así lo expresó Ricardo de Montis en su Necrológica.

Traigo a colación esas consideraciones del historiador pontanense porque, durante la campaña electoral andaluza, y después, hemos escuchado que se pone en marcha una Reconquista y ha comenzado por el sur. Más allá de consideraciones políticas, la afirmación no deja de ser una falta de respeto a la historia y a cuanto se ha avanzado en la interpretación de aquella conquista desarrollada durante varios siglos. Desde que finalizara mis estudios universitarios me he dedicado a la historia contemporánea, pero tengo subrayados mis libros con apreciaciones como la de Julio Valdeón acerca de que el avance militar «de los reinos cristianos peninsulares puede contemplarse, desde una perspectiva general, como un aspecto más de la consolidación de la sociedad feudal europea». Y recuerdo el interés con el que leí la obra de Reyna Pastor de Togneri, Del Islam al Cristianismo (1975) donde a partir del análisis del caso de la conquista de Toledo explica cómo el proceso de conquista, desde una óptica marxista, fue el enfrentamiento entre dos formaciones económico-sociales, la feudal que representaba al mundo occidental europeo y la mercantil del mundo árabe. En consecuencia, no cabe utilizar en estos momentos el término Reconquista, salvo que quienes lo defienden aún se manejen con los esquemas del mundo medieval y mantengan el criterio del Papa Celestino III cuando en 1192 se dirigía al Obispo de Toledo y le decía que «es legítimo y admitido por el derecho de gentes que en los lugares ocupados por los enemigos que los retienen con injuria de la Divina Majestad el pío expulse al impío y el justo al injusto».

* Historiador