La aprobación de la declaración del estado de alarma nos obliga a un cambio de costumbres. Renunciar a los paseos, a tomar un café o una cerveza, a dialogar con amigos y conocidos cada vez que sales a la calle, nos conduce a organizar nuestro tiempo en casa, lo cual, por otra parte, debo confesar que no me supone ningún esfuerzo. Será tiempo de realizar tareas que por no ser imprescindibles siempre postergamos, también se abre la posibilidad de retomar proyectos no culminados. Tengo varios en cartera, entre ellos se encuentra el de escribir acerca de la dimensión ética de la Historia, donde iría incluida la carencia de la misma en determinados casos, o más bien habría que decir en algunos historiadores, o entre quienes aparentan serlo. En su momento solo realicé algunas lecturas, y como he podido comprobar al repasar los libros que adquirí entonces, han pasado unos treinta años desde aquella idea, y no sé si conseguiré ponerla de nuevo en marcha. Una de las obras que compré entonces (1989) fue la titulada Lecciones de Ética, de Immanuel Kant. Entre los subrayados que realicé he encontrado el siguiente: «Solo se puede juzgar lo que el otro piensa a partir de sus declaraciones, las cuales han de ser fiel expresión de sus pensamientos, pues sin ese presupuesto no cabe instaurar sociedad humana alguna».

De inmediato relacioné esa frase con las afirmaciones del alcalde de Córdoba acerca de los cambios introducidos en dos calles, cuando dijo que lo hacía porque no estaba dispuesto a renunciar a «nuestros valores»: ¿los suyos? ¿los del PP?, porque no me cabe en la cabeza que pensara en el conjunto de los ciudadanos. La argumentación con respecto a aquellas palabras, así como en relación con los cambios introducidos, quedó explicitada con claridad en el artículo publicado la semana pasada por mi amigo y colega Antonio Barragán, junto a otros tres buenos amigos también, con el título de El alcalde y el callejero, que suscribo desde el inicio hasta el final, entre otras cosas porque contiene una dimensión ética de la cual carecen tanto las manifestaciones como las justificaciones (que no argumentaciones) que se han dado para decidir la reversión a los antiguos nombres, sin respeto a la investigación histórica, y con el recurso de suprimir un nombre propio y un título nobiliario, lo cual no es sino una invención de la tradición, como se afirma en el citado artículo citando a Hobsbawm, o una falsificación («falsiloquium o mendacium» la llamaría Kant).

Ahora bien, si nos alejamos un poco de lo coyuntural, podríamos decir que las declaraciones del alcalde sí se atienen de manera adecuada a los valores de la derecha española, que a lo largo del periodo contemporáneo se ha caracterizado por su afán de abolir o suprimir avances cuando ha podido (aunque haya tenido que recurrir a la violencia) o cuando menos a rectificar los logros alcanzados en un determinado momento. Sirva de ejemplo que la etapa de gobierno de la derecha durante la II República recibe la denominación de bienio rectificador, puesto que puso todo su afán en modificar los planteamientos reformistas del bienio anterior. Claro que también cabe la inacción, como hizo el gobierno de Rajoy con la memoria histórica al no dotarla de presupuesto. Asimismo, podríamos recurrir a varios ejemplos a lo largo del siglo XIX. En conjunto, son posturas a las que solo se puede calificar como reaccionarias, y esta es una de las losas de nuestra historia contemporánea, pero esperemos que esta podamos levantarla, o desplazarla, al fin y al cabo ya se consiguió también con la que cubría al golpista al que apoyaron los dos personajes a los que ahora se les restablece, con engaño, el nombre de las calles. Porque ya lo dijo Kant: «La libertad de investigación es el mejor medio para defender la verdad».

* Historiador