J. M. Niza se preguntaba no hace mucho en este mismo periódico el porqué del naufragio de Córdoba en su postulación como capital europea de la cultura para 2016, y traía a colación el ejemplo de Málaga que, tras caer en la primera ronda, supo reaccionar y ha incrementado su oferta cultural hasta convertirse en punta de lanza. Al turismo de sol y playa, que colmata ya sus costas y atrae dinero a espuertas, ha añadido «el turismo de idiomas, el de cruceros, el académico, el rural... Todos tienen clara la potencialidad de la cultura como patrimonio, industria local y reclamo para el visitante, por lo que se planifica a medio y largo plazo», en palabras del propio Niza, quien recomienda copiar el modelo. Tras perder la Capitalidad Cultural, en Córdoba habría sido el momento de hacer autocrítica, aprender de los errores y aprovechar la inercia creada para alumbrar un proyecto de ciudad que la llevara a convertirse en capital europea de hecho, pero una vez más topamos con la falta de voluntad (¿también de capacidad?) institucional para sentar en una misma mesa a todas las fuerzas sociales y decidir qué modelo de futuro queremos para Córdoba. Sirva como ejemplo la reciente Bienal de Patrimonio, en la que se prescindió conscientemente de algunos de los agentes locales que más trabajan sobre el mismo, en beneficio de opiniones más complacientes. Nos falta liderazgo, claridad de ideas, generosidad de carácter, humildad, consenso, voluntad de trabajar con ahínco y sin personalismos en pro del bien común; capacidad de miras; perspectiva de futuro. Nos sobra individualismo, prepotencia, desunión, inmovilismo, mediocridad, suficiencia, intolerancia, analfabetismo (real y funcional), soberbia, engreimiento, capacidad de derroche, inconsciencia. Por más que a nuestros políticos se les llene la boca al decirlo, Córdoba está muy lejos de ser modelo en lo que se refiere a la gestión, defensa, conservación y puesta en valor de su patrimonio, particularmente arqueológico. De hecho, para oprobio colectivo, después de inversiones millonarias sigue ofreciendo el mismo discurso patrimonial de los años setenta. Necesitamos educación, pero también un organismo de carácter transversal que estudie, planifique y gestione de manera autónoma nuestro enorme legado histórico, y personas capacitadas para dirigirlo. A día de hoy el turismo de masas genera en nuestra ciudad un auténtico río de dinero que poco repercute en su imagen cultural o la recuperación y potenciación de su maltrecho patrimonio. Y cuando hablo de cultura no lo hago solo de espectáculos.

Desde el convencimiento absoluto de que la formación se halla en la base del progreso social y económico de todos los pueblos, la Arqueología está en condiciones de desarrollar estrategias pedagógicas capaces de educar a la ciudadanía e inculcarle valores esenciales como la construcción de la identidad local, el respeto a todas las formas de Patrimonio y a la diversidad cultural, la igualdad de género, el interés por la investigación y sus resultados, el emprendimiento, la innovación, el plurilingüismo, la multiculturalidad, la atención a la discapacidad, la inclusividad, etcétera. Además de fomentar la vocación por la Arqueología en los adultos del mañana, estamos obligados a contribuir a la formación de personas plenas, solventes y comprometidas con su tiempo, su patrimonio histórico-arqueológico, la sociedad en general, y la ciencia en particular. De ello depende la percepción futura de la disciplina y la resolución de muchos de los problemas y limitaciones que hoy nos aquejan. La Arqueología, como ciencia histórica, tiene una responsabilidad colectiva a la que hacer frente. En esta tarea, y en el debate necesario sobre las formas de abordar la presentación del patrimonio arqueológico al gran público, han de ejercer un papel activo todos los agentes implicados: arqueólogos, políticos, técnicos, educadores, asociaciones y, sobre todo, ciudadanos. Es hora, pues, de exponer, discutir y validar claves que permitan a la Arqueología convertirse en motor de conocimiento, crecimiento económico y yacimiento de empleo; un marco capaz de generar multitud de iniciativas con carácter activo y rentable que no renuncien a su faceta humanística. Hemos de contribuir a la investigación, interpretación, protección, conservación y valorización del patrimonio arqueológico; sentar las bases de un modelo científico de difusión arqueológica extrapolable a cualquier ámbito geográfico que apoye en transversalidad, innovación y sostenibilidad, conecte lo público y lo privado, cree nuevos lazos internacionales y fortalezca los ya existentes, y, por supuesto, imbrique Administraciones, Universidad y Sociedad. Nos va el futuro en ello.

* Catedrático de Arqueología de la UCO