El primer verbo se conjuga, claro es, desde la razón, desde la apertura hacia el otro, en predisposición al diálogo, con moderación, con buenas intenciones siempre, ejercitando una disposición personal que mejora al emisor y al receptor; el segundo se conjuga desde la cerrazón y la nada, como instrumento y finalidad.

En el modesto rincón de mi Facebook observo constantemente cómo la derecha hace del insulto al adversario una costumbre, y si denuncio esta costumbre yo también soy insultado.

Que inmenso error: insulta que algo queda. No, del insulto no queda nada.

En todos los partidos hay momentos en los que el gerifalte se retira a meditar para bajar del monte las tablas de la ley, las ideas fundamentales renovadas o reforzadas, el programa necesario para mejorar, para callar al contrario, o al menos para vencerlo dialécticamente. Los partidarios esperan el regreso con expectación y devoción, y los adversarios con disimulada curiosidad.

Casado tiene un buen asesor de imagen, debiera caernos bien su ancha sonrisa, recortada por una perfecta dentadura. Y nos cae bien... si nos coge semidormidos ante el televisor. Pero si abrimos los oídos al par que los ojos, la decepción no tarda en llegar, porque no tiene un buen asesor de contenido y por ello recurre a la hemeroteca o la videoteca para rescatar una buena idea de Aznar, los que es tarea inútil. Aznar se pasó la vida buscando armas de destrucción masiva sin encontrar otra cosa que su propia cachiporra, y sin usar otro instrumento que su brújula averiada. Y no arregló nada con afeitarse el bigote, dando a la estampa su labio leporino, trágico cuando sonríe y más trágico cuanto más irónica trata de ser la sonrisa.

Como en el horizonte se anuncian elecciones todos los jefes de fila tratan de reforzar y renovar su ideario, sus propuestas, ese mal llamado argumentario, palabra que no había necesidad alguna de inventar.

Casado ha hecho lo propio, se ha retirado a meditar, a inventar. Pero quien haya esperado nuevos argumentos, nuevas réplicas, la imaginación al poder, se va a sentir profundamente defraudado, porque lo que ha hecho Casado, coherente con su habitual proceder, es buscar y rebuscar un insulto. Y vuelve feliz porque ha dado con uno de estilo antiguo y prácticamente en desuso, rotundo donde los haya: felón.

Pero ¿qué, quien es felón?

Felón es quien hace felonías.

¿Y qué es una felonía?

Éste es un buen ejemplo: el insulto solo por el hecho de serlo, al presidente del Gobierno.

O sea: Casado es un perfecto felón.

* Escritor. Académico numerario de la Real de Córdoba