La semana pasada al ver a Mariano Rajoy por televisión caminando a su paso por el marítimo de Santa Pola, e informado a través de mil medios de su almuerzo en Batiste, el santuario gastronómico de ricos, clases medias pudientes y de aquellos que se las dan en la zona, me vino a la memoria un rap de Sabina que tuvo enorme éxito hace más de veinte años. Se titula Como te digo una ‘co’ te digo la ‘o’, y en una de las estrofas de su larguísimo texto escribe esto: «¿Qué opinas del Papa de Roma? ¿Ese?: un particular». Sí, al ver a Rajoy en la puerta de su registro de pueblo después de toda una vida en las alturas de la política, parecía un particular, uno más de nosotros, un profesional, alguien que se gana la vida en un despacho.

¿Es así? Aún no estamos seguros, ni siquiera es posible que él mismo sepa bien del todo por qué ha corrido tan aprisa para firmar una montaña de legajos una vez a la semana, más o menos. Pero así se quiso presentar ante decenas de focos allí convocados por un particular.

Es un caso extraño, insólito, hasta cierto punto increíble. ¿Qué pensamiento tan musculoso fuerza una voluntad para que, de la noche a la mañana, deje en la calle a más de dos mil cargos (millares de bocas) que dirigían el Ejecutivo de España? ¿Qué razón le lleva a abandonar un partido tan cuarteado y, además, filtra que todo lo hace para no influir en el nombramiento de la nueva mujer u hombre fuerte del partido? Aquí debe de intervenir también el analista clínico para ayudar a interpretar tanta extrañeza. Porque es impensable dar por cierto que Rajoy cree realmente que poniéndose los manguitos de registrador una vez a la semana y que lo saluden («Señor presidente») en Batiste, ya es un particular.

Porque no lo en absoluto. Al menos dos millares de conmilitones y otros compañeros de viaje se acordarán de él y sus ancestros durante mucho tiempo; y decenas de miles de militantes populares empleados estos días en cavar trincheras para defenderse de Soraya, Cospedal, Margallo y etcétera, pensarán algo parecido. Dirán que no solo se ha dejado arrebatar el Gobierno, sino que abandonó el partido en manos de la gula de los más ambiciosos y aprovechados.

Algunos han escrito que el expresidente se ha despojado voluntariamente del aforamiento que podría servirle de burladero si acaso se escaparan contra él algunas de las cornadas que a buen seguro darán los numerosos sumarios sobre corrupción que persiguen a su partido (por cierto, ¿ha dejado de ser militante?). Puede. Aunque ya le debería transmitir con cierta urgencia alguien de su extrema confianza, por si acaso no ha caído, que la principal amenaza que pesa sobre él remolonea entre los suyos.

Por cierto, ¿cuál es la causa verdadera qué hizo a Feijóo renunciar a ser el candidato de consenso a la presidencia del PP? Nadie da pistas correctas. Otro enigma.

* Periodista