Con la confirmación de Cospedal en la secretaría general, Rajoy despejó ayer la única incógnita de un congreso del PP caracterizado por la continuidad más absoluta. Como acostumbra a decir Rajoy, solo se cambia lo que no funciona y se mantiene lo que va bien. Y el PP puede estar satisfecho porque, como recordó su presidente, ha ganado dos elecciones generales en un año tras un mandato durísimo que le llevó a perder tres millones de votos por los casos de corrupción y los recortes sociales con que afrontó la crisis económica. La reelección o no de Cospedal ha sido la única discrepancia seria en el cónclave, que se manifestó en la ajustada votación de una enmienda que pretendía impedir la acumulación de cargos. Cospedal es y seguirá siendo secretaria general del partido, presidenta del PP en Castilla-La Mancha y ministra de Defensa. Si no fuera por esta controversia y por la causada por la gestación subrogada -los vientres de alquiler-, podría decirse que las únicas discrepancias en el PP se limitaban a discutir si el logo del partido era una gaviota, un albatros o un charrán. Tal era la unanimidad, que ni la mala noticia de abrir el congreso con la primera condena por el caso Gürtel logró quebrarla. La corrupción se presentó como invitada no prevista al congreso, pero lo único que mereció fue una referencia de Cospedal para reconocer que en algunos casos no se había reaccionado con agilidad. Por su parte, Rajoy aplicó la fórmula de considerar la corrupción cosa del pasado, de la «parte mala» de la historia del PP. Una mínima e insuficiente autocrítica para un partido envuelto todavía en numerosos casos de corrupción.