Y es tan profundo el culto verdadero / que le rinde mi Córdoba bendita / que cuando al redondel sale el primero / la torre de la arábiga mezquita / parece que se viste de torero». Tomo hoy prestado el verso del egregio cordobés Antonio Fernández Grilo para honrar a Rafael Jiménez González Chiquilín, con motivo de la conmemoración del vigésimo quinto aniversario de su alternativa. Un cuarto de siglo después, ¿qué tiene este torero para que el recuerdo de su tauromaquia sea un buen antídoto ante la más que justificada abulia del aficionado cordobés?; ¿es solo por haber sido coprotagonista de una de las épocas doradas del toreo de nuestra ciudad?; ¿acaso basta el aroma amanoletado que desprendía su muleta?; ¿es suficiente con el privilegio de haber nacido torero y en Santa Marina?

Cuando hace años decidí llevar a cabo un relevo generacional en la dirección de la escuela taurina de Córdoba, se me antojaba quimérico que a su frente estuviera aquel toricantano a quien el gran Curro Romero dijera: «Rafael, para mí es un orgullo darte la alternativa porque sé que eres buena persona y buen torero», pero la utopía se tornó en realidad, y, junto a Rafael Gago, afrontó generosamente el reto de coadyuvar a la pervivencia de aquella ilusión creada hace ahora cuarenta años (efeméride imperdonablemente olvidada) por los abnegados socios del Círculo Taurino de Córdoba y Manuel Benítez El Cordobés, V Califa del toreo. Y así, día a día, junto a él tuve la posibilidad de constatar que la docencia es siempre altruista, y la taurina incluso más; que una escuela taurina es también una escuela de valores; que la personalidad es el principal activo de un artista; que la torería es una virtud que no desaparece con un corte de coleta; y que el paso del tiempo acrecienta la admiración.

Una cortés sonrisa era la réplica a ese “¿por qué no vuelves, torero?» que tantas veces escuché a su paso. Una mañana de verano, mientras nos dirigíamos ilusionados a Pozoblanco «por si ese chaval repite en la plaza lo del otro día en el campo» le repetí la pregunta, esperando la lógica alegación de lo innecesario del dinero, del miedo, la familia.... «No, Fran. Mis compañeros no se han retirado y yo hace años, y en la plaza no me dejo ganar la pelea por nadie». Entonces comprendí que no solo los sacramentos imprimen carácter.

Presto siempre a colaborar, su Hermandad de Jesús Caído, Cáritas, los internos de la prisión de Córdoba, fundaciones benefactoras de niños enfermos, entre otros muchos, han sido testigos directos de su firme compromiso ante cualquier demanda de ayuda, continuando así la tradición que instaurara su antepasado Lagartijo El Grande, porque, así que pasen los años, no es cualquier cosa llamarse Rafael, ser de Córdoba y torero. Dicen que profesor es el que enseña, y maestro del que se aprende. ¡Gracias, mi maestro!

* Abogado