Te confieso mi pecado de pobreza y de ignorancia, Rafael, porque no te conozco ni conocía tu obra, magnífica, palpitante; tan llena de vida y de presencia. Pero me has redimido con ella, pues cumple lo que para mí es la principal característica de toda obra de arte: que transforma; es decir, que quien llega a ella no es el mismo después de haber pasado por esa experiencia que antes de pasar. Sí, confieso que he resucitado como Lázaro. No llegué a ser un Barrabás, pero tampoco quería estar entre el populacho que grita: «¡Crucifícale!», mientras los Pilatos se lavan las manos ante tanto sanedrín. Nuestro amigo José Manuel Belmonte, que también sufre en sus obras la cruz de la ignorancia, ha llenado este agujero mío. Discúlpame. Así es nuestra Córdoba. Vive como si no existiese, porque se niega a tener conciencia de sí misma. Le es más cómodo flagelarse. ¡Tantos destrozos en su huerto de los olivos! ¡Tanta piedra de granito con que se sepulta en su Getsemaní! ¿Qué se puede esperar de una comunidad que permaneció impasible ante el destrozo del palacio tardo romano, ante el destrozo de estatuas y monumentos; que convierte su Sierra en un calvario de basuras? ¡Esa patada a nuestro puente romano a la que se le llamó restauración! Aquellos adoquines que tuvieron los pasos de Lorca, de Machado y de tantos hombres, mujeres, piconeros, trashumantes..., ¿a dónde fueron a parar? ¿Podríamos imaginarnos que se restaura nuestra Mezquita, sustituyendo las columnas que vio al-Hakam II por unas de colores, por ejemplo? ¡Y tantas calles que perdieron su estructura de aceras y calzada! ¡Y tantas casas donde ya no habitan Marta ni María! «¿A quién pediremos noticias de Córdoba?», se preguntó el poeta ben Suhaid hace más de diez siglos en su Elegía a las ruinas de la Córdoba Omeya, y se continúa preguntado Pablo García Baena en su poema Córdoba, y se continuarán preguntando tantas almas que se fueron por sus calles, sus cielos y sus fuentes, si levantaran la cabeza. ¿Y su silencio? ¿Y su idiosincrasia, sustituida por lo anodino y la improvisación? ¿Qué futuro podremos esperar de este presente? Por eso, ánimo, Rafael. Nos ha tocado evangelizar esta Jerusalén y ser crucificados en su Gólgota. Pero resucitará; estoy seguro, porque siempre creeré en su vida eterna.

* Escritor