Radical es un adjetivo utilizado hoy con sentido peyorativo casi siempre, debido al predominante valor de todo lo que signifique comedido y moderado. Sin embargo, otro sentido distinto adquiere al aplicarlo a toda esa magnífica gente que se sale de las pautadas convenciones para entregarse con desmedida generosidad hacia el prójimo. Personas radicales son las que abandonan casa, familia, amigos y comodidades para sumergirse hasta las heces en los países más pobres del planeta ayudando a los más necesitados. Como es el caso del salesiano misionero cordobés Antonio César Fernández, que llevaba haciendo el bien casi cuarenta años fuera de España, y al que han asesinado en Burkina Faso los criminales yihadistas del Boko Haram, secta de fundamentalistas islámicos. Y esta diferente confesión religiosa de uno y otros, descubre la injusta y extendida opinión que considera rechazables a todos los radicales, sea cual fuere su religión. Porque, frente a unos radicales que asesinan y matan, el efecto que produce radicalizar el mandato cristiano es amar al prójimo hasta entregar la vida incluso por sus asesinos.