En aquellos años en el que España era más rural que urbana el hombre hábil, despierto e imaginativo que destacaba en cualquier materia intelectual o negocio hasta llegar a fascinar, se le recibía en modo exclamativo con la frase «¡Quién le coge el rabo a esa zorra!». En los últimos tiempos nuestro paisaje urbano, tan veloz y nervioso, se ha poblado de zorras que, ayudadas por las velocísimas redes excitadas desde el teléfono móvil o el ordenador realizan negocios multimillonarios en nanosegundos o confunden a naciones enteras con los 145 caracteres de un tuit.

La penúltima sorpresa nos llega desde Bruselas, el flamante informe del Observatorio Europeo sobre Drogas advierte de que los narcos utilizan cada vez más las nuevas tecnologías para extender su negocio. «Los grandes capos vienen generando estructuras cada vez más horizontales donde manda la agilidad del teléfono móvil, las redes sociales, los servicios de mensajería instantánea tipo wasap o telegram, los pedidos a través de páginas ocultas de internet, los pagos en criptomonedas...», leemos en El País del viernes día 7.

Así que el camello deja de chistar por lo bajini: «Costo, costo» «Rayitas muy finas, muy finas» en los dédalos oscuros de los centros urbanos venidos a menos. Ahora, ni las más adiestradas y coordinadas policías son tan eficaces, pues la droga, en especial la cocaína, comienza a llegar al domicilio y despacho profesional en un sobre color crema perfectamente sellado que trae un propio en Uber o Cabify. Las organizaciones mafiosas de la droga mutan hacia la digitalización como cualquier negocio puntero del momento. Los Pablo Escobar o Sito Miñanco, arriesgados y románticos proveedores de dolor y muerte, van uniéndose a la legión de jubilados del mundo; en su lugar jóvenes ambiciosos y atildados varados en mansiones soleadas o altos apartamentos de lujo acristalados a los cuatro vientos dispensan su mercancía pulsando unas pocas teclas en el ordenador.

Otra valla de concertinas y ametralladoras que salta el malo volando sobre el lomo hipnótico del byte. Las policías --ya lo saben-- no tienen más remedio que adaptarse a sus nuevos usos para atacarlos, así como mudar ellos mismos algo más que de piel. También el debate nunca resulto de la legalización de la droga (o su ordenación, al menos) debe revolucionar inevitablemente sus argumentos. Ahora parece que definitivamente no habrá puertas que puedan contener este mercado casi infinito.

Llevamos más de tres meses, y puede alargarse varias semanas más, haciendo planes de gobierno. ¿Cuántos mensajeros habrán cantado al conserje entorchado de oros: «Un envío urgente para el señor X»? La policía aún no lo sabe.

* Periodista