He podido escuchar, ver y leer, especialmente en redes, cómo se extiende la enfermedad de la rabia de la España más negra y sórdida, que nos ocupó durante siglos. Esa España tribulada que tiene miedo a la Santa Inquisición y a su vez alienta las hogueras; personas muy concienzudas y elevadas a los púlpitos del dogmatismo tirando pasquines por las redes sociales como esperpentos de Goya, dispuestos a todo por la vida que dicen defender. Así nos ha ido a la reserva espiritual de Occidente. Pero también he podido escuchar, ver y leer, especialmente en la calle, con la cabeza bien alta, a mujeres y hombres defendiendo una sociedad justa, sin brechas salariales, reclamando el espacio que por méritos propios deben ocupar nuestras compañeras. Y ahí, me parece, que los desgañitados ultramontanos no estaban.

Pero también he podido escuchar, ver y leer, cómo nuestros mayores jubilados están peleando por una pensión justa, y su vez, demandaban la presencia física de los más jóvenes, que podamos estar trabajando o que pronto se inicien en el mercado laboral. Y no todos hemos estado a la altura de una reivindicación que si nos atañe. Hemos sido poco solidarios porque egoístamente pensamos que esa situación está lejos; pues no, eso toca hacerlo bien hoy para garantizar que sea un derecho pactado para mañana y por el conjunto de la sociedad.

Pero también he podido escuchar, ver y leer, que aún queda mucho por hacer en nuestros municipios ribereños, y no solo trompetas y tambores, sino calles por asfaltar, espacios culturales y expositivos que terminar, planes de obras que desarrollar, hospital que iniciar y concluir, infraestructuras agroindustriales y energéticas que ampliar, centros para discapacitados funcionales que activar y mucha acción política y social para la que se requiere compromiso y permanente renovación. Llueva o escampe, hay que trabajar. «Esta tarde vi llover. Vi gente correr. Y no estabas tú».

* Historiador