Empieza una nueva forma de rebeldía, intimista y tranquila. «No tengo por qué opinar sobre todos los temas», dicen algunas personas en las redes. «No tengo por qué alinearme forzosamente en un bando». Pero son las menos. No es que no quieran debatir, es que están hastiadas, no quieren bañarse en un magma de ofensas. Si Amancio Ortega dona 320 millones de euros a la sanidad pública, es linchado como asqueroso millonario explotador. Si Irene Villa resta importancia a ese concejal al que le parece tan divertido que ETA la haya dejado sin piernas, es una renegada que abandona al resto de víctimas del terrorismo. Si Soraya Sáenz de Santamaría regaña a Irene Montero por los modales de Podemos, es una «sinvergüenza», según Pablo Iglesias. Si Ana Pastor impide que Rafael Merino hable de lo que le da la gana en el Congreso en lugar del tema para el que le ha dado la palabra, está coartando su libertad de expresión. Cada mañana, justo después de leer en la prensa los dos o tres nuevos escándalos de corrupción del día, con el olor de la putrefacción mezclado con el del café, empieza a extenderse la oleada de rabia social y llega la hora de opinar, con o sin conocimiento, ocultando o no parte de la verdad, en un revanchismo de trinchera que no se corresponde con la realidad que se está viviendo en España y protagonizado por las generaciones criadas a la mayor comodidad --¿de verdad nos odiamos tanto?--, con un lenguaje que deja el de la taberna en niveles de escuela dominical. Políticos, empresarios, artistas, futbolistas y periodistas de fama aprenden a recibir cada jornada un cubo de odio mezclado con excrementos, expresado con más o menos gracia y procedente del mismo caldo que muchos de ellos han abonado con su propia basura. El reciclaje funciona. No hay que asustarse, en algunos países se arrean a tortazo limpio en el parlamento, en la civilizada Francia acaban de apalizar a un hombre por ser gay, en la avanzada Gran Bretaña los tabloides se adelantaron hace mucho tiempo a esa postverdad de la que ahora nos quejamos. ¿Que algunas preferiríamos una sociedad en la que se denuncie todo y se diga todo sin rezumar tanta bilis? Pues nos aguantamos.