Años lleva el parque científico tecnológico Rabanales 21 en el limbo de la indecisión, del dejar dormir los problemas hasta que no hay más remedio que afrontarlos, del apurar al límite sin que nadie decida si conviene dejarlo morir o recuperarlo. Y no es solo por sus gestores, que tendrán la responsabilidad adecuada a los medios de que han dispuesto, sino por una realidad terca que solo se puede afrontar con mucho dinero: el parque se hizo durante la euforia económica previa a la crisis, que se abalanzó sobre él sin que apenas hubiera despegado, y todos estos años ha vivido sobredimensionado, sin conseguir atraer a grandes empresas que le dieran vida y sin dinero público suficiente para irse consolidando mientras pasaba el aguacero. Sin entrar en números, la deuda es grande y aunque la instalación de una superficie comercial apenas serviría para ganar liquidez y algo de tiempo, el nuevo retraso que sufre este proyecto por la tramitación de la modificación del PGOU ha abocado a Rabanales 21 a otro preconcurso de acreedores. Quizá el gran problema de R-21 sea que es de muchos y al tiempo no es de nadie, pues nadie podría colgarse medallas de su éxito y, sobre todo, nadie quiere cargar con las consecuencias de su posible fracaso. La Universidad asume la gestión, pero no puede aportar el tirón financiero, tampoco el Ayuntamiento. La Junta de Andalucía, con un 20% de participación, no quiere soportarlo todo, y los bancos se limitan a permanecer. Un parque empresarial científico-tecnológico debería ser un instrumento de futuro para Córdoba, pero ¿quién decidirá si merece la pena mantener la apuesta?