El hecho fortuito de que tanto el siempre bien recordado ministro de la Guerra sagastino D. Manuel Cassola Fernández (1838-90) y el responsable del Ministerio de Universidades del gobierno actual, D Manuel Castells, nacieran y tuvieran como pila de bautismo la de la misma parroquia de Hellín, determina (bien que con cierta licencia…) que la asociación de sus nombres no sea del todo arbitraria. Por lo demás, y de otro lado, la vinculación, a efectos periodísticos, de ambos se refuerza al pensar que uno y otro alinean su acción gobernante en el surco de un acentuado proyecto progresista, acaso más radicalizado en el de Pedro Sánchez, pero no menos ostensible, según se recordaba en el precedente artículo, en el sagastino del ‘Quinquenio Glorioso’.

Con todas las similitudes históricas antedichas, es claro, sin embargo, que las diferencias se dibujan con acentuado peralte entre el encabezado por el general Cassola, admirador del Ejército prusiano triunfador en la épica jornada de Sedán (-2-IX-1870), donde las tropas de Guillermo I (1862-88) destrozaron las todavía nimbadas con los laureles napoleónicos del II Imperio francés, y el del sociólogo de formación y trayectoria eminentemente yanqui, embarcado en la ciclópea tarea de arrumbar por entero la obra y el legado de la ‘Universidad franquista’, vigente todavía, conforme a su respetable opinión, en la de nuestros días. Como un Hércules de la sociedad, tan buidamente analizada por su audaz pluma, aspira a barrer el establo de Augias educativo de la segunda dictadura militar del novecientos español, todavía actuante en no pocos aspectos del Alma Mater de Bolonia y sus epígonos… Empresa acometida con diligente celo y trepidante ritmo, pero acaso no diseñada con propiedad y sin huella alguna de anacronismo, según semejan obligar su misma naturaleza y objetivos.

Resulta así por entero constatable que, casi medio siglo después del final del Antiguo Régimen, Sagasta y el admirable gabinete que supo cohesionar entre 1885-90 no tuvieron la menor intención de evocar el malhadado recuerdo de Fernando VII para llevar a cabo el sugestivo proyecto de finalizar el plan de modernización abanderado por el sistema liberal desde los días de las Cortes de Cádiz. Era demasiado ambiciosa la idea que alentaba su actividad transformadora que hacía imposible que políticos dignos de tal nombre pudieran tener la menor distracción de ajustar cuentas a un pasado, ya por completo en la jurisdicción de la severa y adusta Clío y sus auténticos y legitimados servidores.

El que un flamante ministro de Universidades, con muy infirme conocimiento de su andadura y una aún más precaria experiencia de gobierno en cualesquiera de sus órganos, coloque como objetivo esencial si no, de facto, exclusivo de su gestión la extirpación de los postreros gérmenes de la herencia dictatorial, en un Alma Mater tiempo ha libre de toda mácula de tal índole, frisa, ciertamente, en la utopía más anacrónica y hace presagiar las mayores catástrofes para un empeño digno y exigido de mejores y más perentorias causas.

* Catedrático