La química se cita y se recita, es un linimento del espíritu acomplejado de mediocridad. Estos días se habla mucho de la química. Especialmente de la que se echa en falta entre nuestros líderes políticos. Es que no tienen química, se dice, como si explicara algo. Como si lo fundamentara. Como si pudiéramos hallar un antiinflamatorio para esta lesión grave de la realidad en la tabla periódica. No hay química entre Albert Rivera y Pablo Casado, empeñados en ser el mismo cromo de la partida incierta. No la hay tampoco, o hay más bien una reacción química funesta, entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y entre Rivera y Sánchez ya no hablamos de reacción química, sino de combustión. Y así con infinitas posibilidades combinatorias si introducimos también en la ecuación a Íñigo Errejón y Santiago Abascal, que son quizá satélites del laboratorio, pero también gravitan en su fórmula propia. No hay química, y como no hay química no tenemos Gobierno. Nosotros sí podemos estar por encima de la química para ir a votar cada vez que Sánchez decida no pactar con Iglesias porque no le viene bien, porque le tiene tirria o porque su colchón nuevo le exige otros parentescos -políticos, se entiende- más allá de las sábanas. Nosotros sí tenemos que trabajar cada día para poder cobrar, tenemos que hacer la vida, con su erosión correosa. Pero nuestros líderes no, porque no tienen química. Al final resulta que el privilegio de la política, que es una ciencia letrada en la comunicación verbal y escrita, puede estar más cerca de la abstracción psicológica.

Pues esto va dedicado a los que siguen machacando la Transición y machacando de paso a los que la seguimos valorando: ¿será entonces que Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Felipe González y Manuel Fraga, tenían mucha química? Al parecer la hubo desde el principio entre Felipe y Suárez, porque se parecían en demasiadas cosas como para no caerse bien: luego la vida los fue llevando a cada uno por su propia peripecia íntima y salvaje de dolor y de pérdida, de cimas y destellos, porque siempre es más fácil encontrar semejanzas desde la juventud. Pero después de aquel primer entendimiento apareció la navaja de corte parlamentario. Fraga y Carrillo no podían tener ninguna química: uno representaba Paracuellos del Jarama y el otro el franquismo con ribetes ultra en los tiroteos de la policía contra los trabajadores en Vitoria o durante el asesinato de Enrique Ruano. Así que por aquí tampoco debía de haber demasiada química. Pero nada de eso era en verdad relevante: lo fundamental era la intención de entenderse, de trazar vías comunes, de encapsular el interés netamente personal buscando una obra colectiva y en marcha que había de cristalizar. Claro que la química natural o instantánea puede ayudar en todas las relaciones personales. Y cuando no la tienes, pues la buscas o la inventas: ahí está el tópico patrio de los cuñados, que no tienen necesariamente ideología, sino procedencia, y pueden ser de izquierdas o derechas. ¿Que no hay temas de qué hablar? Pues los buscas o los inventas, pero hay que estar ahí, aguantar y echar el rato.

La política tiene una parte de relación personal, como todo en esta vida, pero debe salir de ahí para emerger como la arquitectura de un país. No se trata de España Suma ni de Más País: se trata de asumir de verdad que para entenderse hay que acercar los codos, renunciar, tener unas ciertas dosis de autocrítica y aprender que uno puede equivocarse. Veo por aquí demasiada soberbia, demasiada gente que parece creer que siempre lleva razón o que sus razones son las únicas, y así nos lucen los gobiernos y las elecciones sucesivas, que brillan en la calva rutilante de una sociedad paralizada por un discurso agotado. Claro que para salir de este enroque permanente no hace falta ninguna receta de botica alquimista, sino voluntad y talento. Voluntad para mantener la dirección y talento para rectificar el paso, si hace falta. Y no tenemos líderes así o aún no se han revelado.

Así que menos química y más sentido de Estado, menos política de postureo first dates y más sentarse con las camisas y las palabras remangadas. Porque mientras nosotros hablamos de química, en el País Vasco se suceden los homenajes a etarras salidos de prisión y desde algunos sectores del independentismo catalán se mira a esos etarras como espejos cóncavos del porvenir, mientras la Generalitat se solidariza con los presuntos terroristas que preparaban una cacerolada de metralla en la revolución de las sonrisas.

* Escritor