Bah, si es un momento. Corres a por el martillo y esa cajita donde tienes preparadas hembrillas y alcayatas, además de un magnífico invento para torpes llamado cuelgafácil. Agarras los cuadros que llevan meses estorbando en el suelo. Hoy es el día, mejor estarán en la pared. Los colgarás en un pispás. Pero sin comerlo ni beberlo, el pispás se convierte en una hora de reloj. Que si está torcido. Que si mejor rectifico las hembrillas, no voy a hacer otro agujero en la pared. Que si he calculado mal (más bien no has calculado) y lo he pegado demasiado al enchufe. Que si vaya efecto más raro hace. Que si entonces muevo este otro para equilibrar. Cuando te das por vencido y asumes que tu impericia supera tu voluntad, sales del cuarto cerrando la puerta tras de ti e intentas olvidar la tragedia.

Una de mis mayores taras es no ser capaz de manejar la taladradora para hacer agujeros en la pared. Como Blanche en Un tranvía llamado deseo, dependo de la caridad de desconocidos, parientes y amigos para colgar lámparas, poner barras de cortinas, instalar nuevos enchufes, cambiar un grifo. Hacer bricolaje es mi sueño. Otros tienen fantasías eróticas. Yo fantaseo con una caja de herramientas y donde pongo el ojo, poner la tuerca. Detesto desprenderme de una plancha, una batidora, un exprimidor. Tirar un aparato es para mí una derrota.

Con esa configuración mental, para mí la obsolescencia programada es una conjura diabólica. No concibo cómo es legal. Ante mi móvil, mi fantasía se detiene. Si el teléfono empieza a fallar, no hay cuelgafácil que valga. Los fabricantes de tecnología han conseguido una prebenda que nadie más disfruta: pueden vender productos carísimos que durarán poco tiempo. Un móvil con tres años ya es una antigualla. Igual ocurre con routers, tablets y ordenadores. Pero todo se lo consentimos. Somos devotos de la Diosa Tecnología y tragamos con lo que nos echen, pagando sin rechistar. Pero yo no. Yo sigo soñando con ser manitas algún día y reparar el mundo.

* Escritora y guionista