Hemos vivido una semana histórica con la proclamación del nuevo presidente de la Junta de Andalucía y el relevo, después de treinta y siete años, del gobierno socialista en nuestra tierra. Acostumbrados como estamos a calificar jornadas históricas a la menor ocasión, esta del pasado miércoles sí que lo fue con todos los derechos: el ascenso al poder andaluz del Partido Popular. Como la ocasión era extraordinaria me propuse seguir el debate de investidura para ver qué decían y cómo se expresaban los padres de la patria andaluza. O sea, dediqué un buen tiempo a escuchar y ver las intervenciones, pero no es mi intención ahora hacer un análisis de lo visto y oído. Solo quiero compartir una observación que como espectador me llamó la atención. Durante el debate, ya estuviera en el ambón el candidato, alguien de la oposición o de los aliados, cada vez que las cámaras daban un plano de los portavoces, de la mesa presidencial del Parlamento o del numeroso público asistente siempre eran mayoría los que estaban atentos a su smartphone, otros hacían fotos y muy pocos, poquísimos, daban muestras de atender a lo que se decía desde la tribuna. En los barridos de cámara por el auditorio quedaba en evidencia que, cual jóvenes tuiteros, youtebers o influencers, ellos iban al móvil pasando un kilo de los discursos. No me invento ni exagero nada, lo pueden comprobar y verán cómo, a veces, cuando enfocan al misacantano tras el atril, la presidenta de la cámara y sus acólitas --suelen aparecer tres o cuatro de fondo-- están cada una pendiente de su pantalla ¿Quién escucha a quién?, me preguntaba contemplando el panorama. Normal en la vida diaria, inapropiado en una sesión de investidura y en un momento trascendental como la consumación de la alternancia política en Andalucía. Hoy estamos muy habituados a ver ciudadanos pendientes de su móvil do quiera que van, en el metro, en el AVE, en el teatro, en el restaurante, en el trabajo, en la consulta del médico, en la calle, en los servicios, hasta en cualquier conversación con un amigo o un desconocido suena el móvil y todo queda interrumpido para atender al cacharro que se ha adueñado de nuestras vidas. Esto ya lo tenemos asumido, lo mismo que escuchar conversaciones privadas que ni nos interesan ni nos incumben, pero de ahí a esta falta de atención de los propios y los contrarios en el debate del presidente de Andalucía, me parece que va un trecho largo. Máxime cuando esos moviladictos saben que van a salir en la tele y los van a ver pendientes del wasap y pasando del líder. La falta de atención y de escucha al que habla se ha considerado siempre un signo de mala educación, y así lo entiendo porque así me lo enseñaron, porque además de ser una falta de respeto es una penosa imagen para quienes les pagamos el escaño.

* Periodista