Me considero un ciudadano español que cumple con sus obligaciones, tributarias y fiscales, que acude a su trabajo y con lo que gano pago la hipoteca de la casa que me cobija, el traje que me viste y «el pan que me alimenta y el lecho donde yago», que decía Machado. Respeto las leyes, cumplo las normas regladas y las no escritas pero tan necesarias como aquellas para el desenvolvimiento de la vida en sociedad. Quiero decir con esto que soy un ciudadano normal, muy normal, de clase media, creo y defiendo la igualdad de oportunidades y confío en el estado de derecho que protegerá tanto a mí como a los míos. Por todo ello no salgo de mi asombro y estupefacción ante lo que está ocurriendo en mi país. Y no solo pienso en mí, pienso sobre todo en aquellos conciudadanos que hoy viven y residen en Cataluña a donde fueron a ganarse la vida y a cumplir la ley, y también lo siento por los guardias civiles y policías que tienen escondidos en los campings donde les violentan el descanso al anochecer. Así pues, mi perplejidad viene dada por la situación de desvalimiento en la que me encuentro ante un gobierno, mi gobierno, que no defiende la ley allí donde va para dos meses que se está atropellando con premeditación, alevosía y televisión en directo. No me gusta nada lo que veo, tengo saturados los oídos y el cerebro de frases hechas, lugares comunes y palabras repetidas a las que aluden políticos y tertulianos, jueces y constitucionalistas, que no paran de hablar mientras piden diálogo sin que nadie haga nada para reparar este desaguisado. Esta secesión que ahora se ha consumado a plena luz del día; esta independencia de este viernes de dolores que pretende ser la república catalana de mañana mientras el presidente del gobierno pide tranquilidad a la nación, no es algo que haya surgido de pronto: es el cumplimiento puntual de un plan taimado y tramado desde antes del verano, al que se le dio un buen arreón cuando hace dos meses aprobaron dos leyes fuera de la ley en el parlamento catalán que hoy nos han llevado a este irrisorio estado en el que estamos. Mi país es un absurdo y surrealista territorio que más parece obra de los Monty Python que un estado democrático y moderno integrado en la UE. A esto nos ha llevado el tancredismo de Mariano Rajoy, el miedo de los partidos políticos a perder cacho, la excesiva audacia de los catalanistas y el tonto útil de Puigdemont sin ningún sentido del ridículo. Y quisieron matar a Trueba por decir que no se sentía español, cuando nosotros los somos porque no podemos ser otra cosa.

* Periodista