En la madrugada de cada día, vosotros, hijos, primero, hijos y nietos, después, mi mejor obra, estáis presentes, aquí, en esta vuestra casa, como los niños que fuisteis, con vuestros juegos, peleíllas, curiosidades, intereses, estudios, problemas... También como los adultos que sois, hoy. Os veo y un pensamiento se me nace en el alma: sí, tendréis que madurar y ser sabios, a fuerza de golpes que casi siempre son duros para el que los recibe, si bien, no solo duros, sino nocivos y germen de infelicidad para quienes los propician. Y es que los seres humanos, en general, se olvidan de su provisionalidad y buscan, ansían, a cualquier precio, el poder, el protagonismo, ahogando, en su absurda escalada, cualquier valor superior que pueda ensombrecer su mediocre actuación en este gran teatro que es la existencia. De ahí que la mejor manera de alertaros, sobre tales usurpadores, por si en algo podéis sacarle ventaja, sea ésta obra que hoy, con todo mi amor, os quiero regalar, sí, esta sencilla obra de cartas, escritas al hilo de los acontecimientos que vamos compartiendo y al hilo de lo que voy aprendiendo de mi ya largo rodar, sacudida siempre por una corriente que, no obstante, jamás logró arrastrarme, porque, en mi debilidad, tuve coraje de ser roca que, golpeada duramente, solo fuera demolida por el inevitable oleaje del mar; jamás por el chantaje, la mentira, la adulación... No le tengáis miedo a nada, ni tan siquiera a la muerte, si habéis vivido como lo que sois: seres humanos. Tended vuestras manos a quienes las necesiten, sin mirar el color de su piel o el nombre que ondea en su frente. Miradlos, sí, a los ojos y encontraréis indescriptibles misterios: estáis en ellos y también aquel con el que todos fuimos timbrados al nacer: vida y muerte. Vuestra madre, un día ya muy lejano, se miró en el espejo de otro ser humano, y eligió, como arma para andar por la vida, amor para todos.

* Maestra y escritora