Javier Piedra

Córdoba

CARTA ILUSTRADA

Nunca me imaginé teniendo que plasmar mis sentimientos en un escrito para tu despedida final. A priori, por tu fortaleza mental y física, no contemplé jamás ninguna opción que no fuese la del propio paso del tiempo y el cumplir de tus años para dejar esta vida terrenal.

Estar escribiendo esta dedicatoria solo me conduce a la cruda realidad y es que aunque parezca increíble, ya no estás entre nosotros. Sé que no coincidiré más contigo en los pasillos del almacén, ni en la oficina, ni tomando café y tu copita de brandy 103 , pero aun así, tu presencia siempre estará y más de una vez oiré tu voz llamándome para cualquier menester de los que tuvieses.

Son tantos los recuerdos y los momentos que he vivido a tu lado que necesitaría cien periódicos para recogerlos. Confidencias que compartimos y que custodiamos como si fuesen tesoros, muchos sabios consejos de amigo sincero, pero sobre todo infinidad de situaciones bonitas en las que siempre acabábamos riendo y disfrutado con todos los compañeros del almacén, con almuerzos en Navidad, compartiendo unas tapas encima de unos carros de hierro que para nosotros era el mejor manjar del mundo, repartiendo pedidos a clientes e incluso maldiciendo a unas máquinas que instalamos y «que se conjuraban para romperse» justo a nuestra hora de salida. Y no sé cuál era tu secreto pero cada vez que alguien te necesitaba siempre estabas, tenías el don de la omnipresencia, y siempre aparecías con tu sonrisa viciada hacia un lado de la cara que la hacía personal y única, tal como tú eras.

He sido afortunado por tener un compañero y un amigo como tú compartiendo mi vida y mi profesión durante más de treinta años que, sin embargo, me saben a poco. Siempre me cuidaste, Miguel, tanto a mí como a todos aquellos que eran importantes en tu vida. Hay muchas personas que te mirábamos como a otro hermano mayor más, y en estos días, dentro de la tremenda tristeza que he visto en todos los compañeros de almacén y oficina por tu inesperada ausencia, les he escuchado más de una vez decir: «Miguel era como un padre para mí».

Por eso, tu esposa, Carmen, y toda tu familia, deben sentirse muy orgullosos de ti. Nunca dejaste de dar cariño y felicidad a cualquier persona que conociste.

Sé que estás en un sitio muy especial desde el que podrás comprobar el sentimiento, la gratitud y sobre todo, la admiración que sentimos hacia una persona grande, con mayúsculas, una persona llena de bondad y servicio para los demás. Te has ganado con creces ese sitio eterno en el corazón de todos los que te hemos conocido.

Sólo puedo decirte «gracias» por haber estado siempre ahí. Tu forma de ser que demostrabas cada día con todas las personas que te importaban, deja pequeño el significado de la palabra amistad.

No dudo, Miguel, que algún día nos encontraremos de nuevo, querido amigo y compañero. Descansa ya por siempre en Paz.

De tu amigo, Javier. H