No era muy conocida la costumbre del pueblo sevillano de Coripe de quemar el Domingo de Resurrección, día de connotaciones purificadoras y de vida renovada, la efigie de una persona que representa a lo malo. El año pasado quemaron un muñeco que representaba a la asesina confesa del pequeño Gabriel, y este año le ha tocado al expresidente catalán fugado, Carles Puigdemont. Inmediatamente el president Torra anuncia una querella por delito de odio. La verdad es que la costumbre de Coripe data de hace muchos años, es de un mal gusto considerable, pero no hay en ella la intención que se le atribuye. Antaño han quemado efigies de Aznar, o de Felipe González, y nadie ha hecho caso. Pero, ah, con el independentismo hemos topado.