Desde la orilla de la fe, seguimos en tiempo de Adviento, preparando la Navidad. Tiempo de espera y de esperanza. No lo olvidemos: La fe nos hace creyentes; la caridad nos hace creíbles. Juan el Bautista vuelve a aparecer en la liturgia dominical, nada más y nada menos que intentando responder a una pregunta que le formula la gente, a orillas del rio Jordán: «¿Qué tenemos que hacer?». Es la misma pregunta que cada uno de nosotros pone en sus labios en muchos momentos de la vida: «¿Qué tengo yo que hacer? ¿Qué tenemos que hacer en esta hora?». Porque no es una hora fácil, a pesar de tantas luces y de tantas fiestas. El mundo se enfanga en guerras y Europa se arrastra en desencuentros. A nivel nacional, por usar un término más amplio, los contrastes de siempre, en los lugares de siempre y con los protagonistas de siempre. Una postura será siempre la más pacífica, la de «no llegará la sangre al río», pero con ella olvidamos a las víctimas de los problemas. Otra postura, la de «destruir y arrasar sin contemplaciones», pero casi siempre se generarán más víctimas. Me vienen a la memoria unas palabras de Fernando Aramburu en su libro Autorretrato sin mí: «Ser humano es mi vocación, mi tozudez y mi condena. A mí que no me saquen de ser hombre humano porque de otra forma yo no quiero ser. Seré. Sabiendo a qué me arriesgo, débil hasta reventar de fuerza. Me agarraré para no caerme, en medio de la noche a un palo de bondad. Recorreré las calles recogiendo las lágrimas perdidas por la gente». Aramburu apunta dos respuestas, dos caminos: el humanismo y la bondad. Juan el Bautista, consciente de ser una voz que grita en el desierto, sacude también las conciencias de muchos. Algunos ser acercaron a él con esta pregunta: «¿Qué podemos hacer?». El Bautista tiene las ideas muy claras. No les propone añadir a sus vidas nuevas prácticas religiosas. No les pide que se queden en el desierto haciendo penitencia. No les habla de nuevos preceptos. No se pierde en teorías sublimes, ni en motivaciones profundas. De manera directa, en el más puro estilo profético, lo resume todo en una fórmula genial: «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene, y el que tenga comida que haga lo mismo». Al Mesías hay que acogerlo mirando atentamente a los necesitados. Y con esa fórmula como telón de fondo, traza tres caminos: Primero, compartir; segundo, ser justos; tercero, no uséis la violencia. ¿Qué tenemos que hacer ahora? Está claro: Construir un mundo mejor, partiendo siempre de un conocimiento concreto de las distintas situaciones; compartir y distribuir con sentido solidario para no dejar solo a nadie; implantar la bandera de un entendimiento pacífico sin extorsiones y violencias. Estas fueron las sugerencias que ofreció Juan el Bautista a los que le preguntaron qué tenían que hacer. El tercer domingo de Adviento tiene el aroma de la alegría, siguiendo la invitación de Pablo de Tarso a los cristianos de Filipos. Vivir con confianza profunda es la manera de encontrar la paz y la alegría que el apóstol experimenta en la prisión. Hemingway lo señalaba así en una de sus frases magistrales: «La gente buena, si se piensa un poco, ha sido siempre gente alegre»..

* Sacerdote y periodista