La presidenta de la Comunidad de Madrid tiene la autoría (es excesivo calificarla de intelectual) de la interrogante que da título a este artículo. Volvió a plantear en términos de pregunta si lo siguiente sería la quema de iglesias como en 1936. Pasemos por alto dos cuestiones: una de orden político, cual es que no se trató de una improvisación, pues llevaba por escrito su respuesta (a la portavoz de Vox, precisamente), en consecuencia ya es de bastante gravedad hacer esa consideración; la otra es de carácter historiográfico, ya que puso de manifiesto su ignorancia acerca del significado e interpretación del anticlericalismo desatado en aquella coyuntura de la historia de España, cuestión que para ser aclarada exigiría mucho más que los límites de este artículo. Pero si nos atenemos a su pregunta, digamos que lo siguiente fueron las palabras de su vicepresidente, quien afirmó que el gobierno madrileño, formado sobre el apoyo de la ultraderecha, evitaría que se repitieran incendios como los de 1936, y así con sus palabras demostraba que lo siguiente ha sido una mentira, ya que no hay ningún peligro de que vayan a suceder hechos como los de entonces. Y poco después han tenido lugar las declaraciones del portavoz de Vox en el ayuntamiento de Madrid, con otra mentira, porque adjudica a las conocidas como «13 rosas» hechos que nunca se produjeron. Díaz Ayuso ya tiene respuesta: se da publicidad al discurso mentiroso de la ultraderecha en lo tocante a temas fundamentales de nuestra historia.

El trasfondo de la cuestión era que el Tribunal Supremo ha dictado una sentencia que permitirá exhumar el cadáver de un dictador, una decisión que no tenía su origen en el Gobierno, que en este caso cumple su función al ejecutar un mandato parlamentario. Quizás aquellos que dudan acerca de que se cumpla ese acuerdo deberían acudir a la última película de Alejandro Amenábar: Mientras dure la guerra. La vi por los mismos días en que se producían los hechos comentados, esperé al final para ver los créditos completos y mi buena impresión inicial acerca del contenido se reafirmó al ver que el asesor histórico había sido Julián Casanova, un excelente conocedor de todo lo relacionado con la guerra civil y la dictadura franquista, a pesar de que el director se haya tomado algunas licencias, como suele ocurrir cuando los hechos históricos se narran en forma de película o cuando se transmiten mediante un relato novelado.

Desde mi punto de vista, lo más relevante es el proceso de reflexión de Unamuno ante lo que ocurría ante su vista. El escritor vasco evolucionó a lo largo de la vida de la República, hasta llegar a apoyar inicialmente a los sublevados en 1936. Había sufrido el exilio durante la dictadura de Primo, y a su vuelta La Gaceta Literaria le dedicó un número extraordinario. Algunos artículos no llegaron a tiempo y se publicaron en el siguiente número, entre ellos uno de Antonio Machado, quien dice de él que es «el único político que no usa máscara», y añadía: «Unamuno es un hombre, orgulloso de serlo, que habla a otros hombres en lenguaje esencialmente humano, se dirá que esto no es política. Yo creo que es la más honda, la más original y de mayor fundamento». Ese mismo poeta andaluz, que siempre lo reconoció como maestro, y mantuvo con él una abundante correspondencia, escribiría en 1937: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca ni lo creeré jamás». Lo siguiente en la política española debería ser más reflexión, respeto hacia nuestra historia y menos concesiones a quienes se alejan de los principios democráticos.

* Historiador