Vaya! ¡Que no me libro! Cada mañana tengo que desayunarme con otro nacionalistazo. Permitidme el palabro. Es que no sé cómo sentarme ya. Cuando creo que ya no puedo más, oigo que le doy pena al nuevo jefe de la policía catalana, que yo costeo. Se me atraganta la madalena. ¿Qué puedo hacer, Dios mío, para no dañar a ese señor? ¿Debo pedirle perdón porque me guste la Sagrada Familia, Santa María del Mar, el cava, la butifarra, la sardana, sus cocineros, sus escritores? ¿Debo prohibirme esas cosas para no amargarle la vida a ese digno funcionario? ¿Debo sentirme culpable e ir a su cárcel? ¿Debo decirles adiós para siempre a mis amigos catalanes? ¿Qué hago si me encuentro por nuestra Córdoba a un catalán y me pregunta algo? ¿Me da pena? ¿Lo mando a paseo? ¿Qué hago, Dios mío? ¿Me siento culpable por viajar a Barcelona, por ver un reportaje sobre la Costa Brava? Si he de viajar a Francia, ¿bordeo la frontera de los países catalanes? Y si estudio mi Historia, ¿arranco las páginas que hablan de esos países? ¿Qué hago? ¿Tan malo soy, que le doy pena a ese señor? ¿Voy a confesarme? ¿Le escribo a este señor, excusándome de que se deprima conmigo? ¿Cómo alivia la pena que le doy? ¿Llora? ¿Va al psiquiatra?... ¡Cuántas preguntas sin respuesta! ¡Qué soledad! O quizás este señor se digne perdonarme. Porque seguro que es una buena persona, amante de su familia y sus amigos. Menos mal que sólo hay en los países catalanes una persona a la que le doy pena. ¡Qué sería de mí con tanta culpa! Menos mal que el resto del mundo no me tiene lástima, y puedo viajar sin esa culpa a Italia, por ejemplo, encontrar a un italiano o, mejor, a una italiana que me quiera sin pena, y compartir su belleza, su historia común, su arte común, y así hasta el infinito, y en toda Europa, en el mundo. Porque sí que da pena cada nacionalista que aún no se ha enterado del sufrimiento que produjo el nacionalismo, y que sigue produciendo, y que fue superado por otros seres humanos, lo mismo que se superó la Edad de Piedra, las invasiones bárbaras, el feudalismo, el imperialismo... ¿Cuántas escuelas más, no sesgadas por esa idea rancia del nacionalismo, necesitaremos en cuántas generaciones más para aprender las lecciones de la Historia y no volver a repetirlas? Porque ¡mira que nos cuesta!

* Escritor