En estos días en que los investigadores buscan vacunas contra el Covid 19 y los expertos y la OMS tratan de ponerse de acuerdo sobre las vías de transmisión del virus, conforta un poco saber que, al menos allá por 1918, alguien tenía una idea clara sobre los orígenes de un pariente suyo --el de la gripe-- y de paso ironizaba sobre las especulaciones periodísticas y fake news de entonces. Lean: «Ahora dicen los periódicos que no es el cocobacilo de Pfeiffer el que da la gripe, sino una aberración entre bacilos; el micrococus catarralis copula morbosamente con el meningococo y lo que produce la bronconeumonía es la cópula del micrococus y el pneumococo (…) o sea que la gripe es una cosa indecente». Una pena no tener a Ramón Gómez de la Serna en los tiempos actuales. ¡Qué Greguerías nos hubiese deparado! Aunque quizá las hubiese titulado Memerías… nunca lo sabremos….

En cualquier caso discurrir por la exposición de las que estos días se ofrecen en la sala Vimcorsa puede dar lugar una variante atenuada del síndrome de Stendhal. Esto de los síndromes da para mucho. Se sale de casa y se está combatiendo el Síndrome de la Cabaña, se lee el periódico y casi es imposible no recordar el síndrome de Washington, se anima uno a cualquier escarceo turístico y puede verse atacado por el Síndrome de Paris… y en cualquier momento puede sufrir un ataque de nomofobia, desarrollar un dedo de Blackberry o verse aquejado de toda una gama de ansiedades. En cualquier caso, bajar a la calle por el simple placer de caminar después de meses de confinamiento y aprestarse a convivir con los albores de la «nueva normalidad» --otro curioso concepto-- tiene su punto de momento histórico. De tal oxímoron dice Julio Llamazares que si es normal no será nueva y si es nueva no será normal. Con un punto más de ironía hay quien habla de nueva «anormalidad». Y los indepes catalanes, ansiosos por ser diferentes, se han lanzado a la «fase de reanudación», aunque sin explicar muy bien lo que quieren reanudar. Menos mal que de la inmunidad «de rebaño» hemos pasado a la de grupo y de la distancia «social» a la de seguridad. Vaya estrés con esto del lenguaje.

Siempre un enemigo invisible es causa de inquietud. A ello alude el terror pánico que etimológicamente deriva del que causaba el dios Pan a través de los ruidos misteriosos que se oían en los bosques, valles y montañas y que todavía inquietan a quienes se adentran por la noche en la Naturaleza. Es el miedo atávico a lo desconocido. Ese miedo atávico, pero sobre todo la angustia existencial derivada de la incertidumbre ante la amenaza de la enfermedad, conducía a un hipocondríaco Gómez de la Serna, que además había padecido la gripe del 18, a utilizar el humor para ahuyentar sus fantasmas y su obsesión con la muerte. «Soy un pobre enfermo que vive gozando de salud», decía. De hecho le cogió gusto al tema y su producción literaria da cabida a todo un conjunto de aventuras y temas médicos. (El gran griposo, El cólera azul…) Las más conocidas las del doctor Inverosímil, con sus peculiares enfermos y su no menos singulares métodos de curación, por no hablar de toda una gama de rocambolescos tratamientos buscando pistas y soluciones en los objetos más insospechados. Todo acompañado de dibujos esperpénticos y surrealistas en los que los microbios tan pronto se pegan a las paredes «al igual que pobres pidiendo limosna» como devienen en una cosa «inofensiva, encantadora e ingenua… que mata». La adrenalina inhalante, el regaliz en grandes dosis o el agua de colonia tomada por la nariz son algunas de las sarcásticas invenciones de que echa mano Ramón parodiando los remedios que aparecían por doquier. Un siglo más tarde, mutatis mutandis, parece que fue ayer.

Las greguerías de Vimcorsa no forman parte de esta faceta literaria de Gomez de la Serna. Pero, al menos, una combina con un dibujo este tipo de referencia irónica a la pandemia. En la imagen se ve a dos fumigadores de viviendas con sendos depósitos de desinfectante a sus espaldas «Unos tipos marginales -dice Ramón-- (…) que saben que su camino debe ser secreto para no sobresaltar la vida en la calle que está descuidada de todos los problemas y sobre la que se proyectan como sombras ( …) van dejando una estela de microbios caídos, pues son soldados heroicos que entran en las casas en que ha habido gripe (…) y son inexorables verdugos del mal…»

Personalmente, cuando estos días salgo a la calle recuerdo la primera vez que sentí ese temor a lo que no se ve. Fue en el norte de Italia con la nube de Chernobyl encima. La posible radiación recibida ya era un hecho consumado. Afortunadamente las dosis se revelaron como mínimas. Entonces, como ahora, rememoraba, casi a modo de conjuro, los bellos versos de Rosalía de Castro en Folhas Novas: «¿Qué pasa o redor de min? ¿ Qué me pasa que eu non sei?. Teño medo de una cosa que vive e que non se ve. De a desgracia traidora que nunca se sabe onde ven».H

* Periodista