Un día de la posguerra se encontraban en los andenes de la Estación del Norte de Bilbao los periodistas Pedro Murlane y Jacinto Miquelarena. Ambos, falangistas amigos del fundador y partícipes en la composición colectiva del himno Cara al sol. Mientras paseaban, vieron bajarse de un tren militar que estaba estacionado, a un coronel que le ordenó al soldado que hacía guardia en la puerta del vagón: «Corre a la cantina y que te den una guindilla picante; que pique mucho, que si no te la voy a meter por el culo». Al oírlo, Murlane le dijo a su compañero: «¡Qué país, Miquelarena, qué país!». Frase que alcanzó fortuna y se extendió, igual que el aceite, por toda España, quedando como lamento racial para situaciones singularmente extravagantes, desvergonzadas o castizas.

Por eso, nos acordamos del «¡Qué país, Miquelarena!» al verificar que el tándem Puigdemont-Quim Torra, pasa incesantemente de lo surrealista a lo kafkiano. Conducta disparatada que, desde la declaración unilateral de la República Catalana, nos recuerda al conocido título de John Kennedy Toole: La conjura de los necios. Inasequibles al desaliento, como los buenos franquistas, consideran la farsa anticonstitucional del 1-O como un mandamiento democrático irreprochable. Todo ello dicho con una jactancia, con una supremacía que sobrepasa la de los chulapones postineros de Lavapiés. Y acompañándolo con un proyecto de gobierno en el que figuran dos encarcelados y dos huidos de la justicia. Una collonada --dicho sea en catalán coloquial-- que solo puede calificarse de provocación soberanista, la cual es entendida por muchos psicólogos como la expresión de un complejo de inferioridad larvado. Tal vez lleven razón pues, mirándolo bien, de 7 premios Nobel españoles, Aragón, Asturias y Galicia tienen uno; y Madrid, junto con Andalucía --la región más denigrada por el separatismo--, dos.

¡Qué país, Miquelarena!, también, tras conocer las andanzas de la ególatra Cifuentes, que se ha ido a pique por engañar a todo dios con un falso máster insustancial, mientras sus comilitones, igualando a los extorsionadores de la camorra napolitana, guardaban un vídeo en el que la presidenta madrileña aparece ejerciendo de descuidera en unos grandes almacenes.

Y, de nuevo, otro ¡Qué país, Miquelarena! en honor de Pablo e Irene. Que los fustigadores empedernidos de la casta y el sistema putrefactos, compren un chalet de 600 mil euros largos, y no consideren tal adquisición incongruente con los postulados de su ideario, es un maravilloso ejercicio de hipocresía, máxime si justifican el cambio de domicilio con argumentos que recuerdan a los manuales del perfecto pequeñoburgués que aspira a comer perdiz para ser feliz. Y, en el colmo de los colmos, le ponen la guinda al paripé consultando, a nombre descubierto y con menos controles que en la Venezuela de Maduro, a unas bases que son como sumisos arcángeles masoquistas, pues les parece coherente con el credo que profesan la macrohipoteca de la operación inmobiliaria mientras, según pregonan, financian al partido suscribiendo microcréditos. El error del chalet, que ya está introducido en el subconsciente colectivo del pueblo soberano --mismamente que el bodorrio de la hija de Aznar--, va a traer cola durante muchos años, en los que Pablo e Irene tendrán tiempo para leer y releer los dos primeros tercetos de la Epístola moral a Fabio escrita en pleno siglo XVII: «Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más altivo nacen canas. / El que no las limare o las rompiere / ni el nombre de varón ha merecido, / ni subir al honor que pretendiere».

¡Qué país, Miquelarena! ¿Hasta cuándo vamos a tener que repetir, diariamente, la exclamación? Pregunta de difícil respuesta pues, en menos que canta un gallo, han encarcelado por caco blanqueador al valenciano Zaplana y se ha armado la de Dios es Cristo con la sentencia judicial recaída en el caso Gürtel --moción de censura incluida-- que dice lo que esperaban oír --doble contabilidad, corrupción institucional, nula credibilidad presidencial--, desde hace años, las personas mínimamente razonables que todavía quedan en este país, Miquelarena.

* Escritor