Era la exclamación que oía de mi madre cuando yo, según ella, decía o hacía una tontería. Y esa exclamación no era de beneplácito, no, era de «te voy a dar una guantada que te vas a enterar, payaso». ¡Los giros maravillosos que tiene nuestro español cuando saca su ironía! ¡A ver el guapo, o la guapa, que los traduce a otro idioma! Porque el «¡qué bonito!» lo que en realidad decía era: ¡No hagas tonterías! ¡Ponte derecho! ¡Cállate! ¡No te quiero ni una tontería más! E, inmediatamente..., sí, conmigo funcionaba muy bien lo de los reflejos condicionados que el tal Paulov descubrió en su dócil perro: de sobra sabía yo que, ¡zas!, guantazo, bofetada, torta, galleta, colleja, soplamocos, cate, revés, mojicón, chuleta, mamporro, lapo, cogotazo, mitra..., y no digo palabras más gruesas porque ¡mira que si de pronto siento en mi cogote otro sopapo de mi madre desde la eternidad! Yo tenía dónde elegir, y mi madre nunca me decepcionaba: era su manera expedita con la que ponía orden en mis inclinaciones a payaso, bufón, o tal vez, cretino, imbécil, o quizás ácrata, intelectual, revolucionario. Y, por como ahora me veo, dieron un resultado excelente: mi madre murió con 95 años y yo ya me vigilo solo. ¡Qué lástima que, como ella, ya no existan aquellas matriarcas carpetovetónicas que nos tenían más derechos que una vela! Pues eso: que ya no tengo a mi madre para que me defienda de mí mismo y de tanto tonto de crema catalana, torra gorrino que riendo nos reta con una pedorreta de su butifarra, este patético bufón, al que le tenemos que aguantar su sarcasmo de olla podrida en su lagareta, pocilga, letrina, zahúrda, y pagárselo entre todos. En esto ha acabado la política que costeamos, en este teatro de marionetas movidas por los hilos de la estupidez, la necedad, la idiocia, que eructa su vacío, con esa medio risa sardónica junto a sus adláteres, y bufan y gruñen igual que él, dando con el hocico y la testuz en su pesebre de mala digestión, a ver si cae otra prebenda. ¡Qué bonito, gachón! ¡Y se quedará descansando! ¡Lástima de gasto para enseñarle a hablar! ¡Y que tenga que desayunarme, almorzarme y cenarme con estos zorros ganapanes conchabados con las gallinas para cargarse la granja, tan costosamente construida! ¡Ay, madre mía, una vida para acabar en esto!

* Escritor