El nuevo salto mortal de Putin ha sido sorprendente, pero no por ello inesperado. Conforme se acercaba el 2024 crecía la expectación sobre qué haría el líder ruso para perpetuarse en el poder. En su habitual secretismo solo nos ha dejado oler el pastel --reforma constitucional-- pero no sabemos qué contiene. Dos pistas nos sugieren cual es el camino y ambas apuntan a Asia.

Las extraordinarias relaciones que mantiene con China y Kazajistán parecen haber inspirado a Putin para «retirarse» y ejercer el poder desde las bambalinas. Eso hizo Deng Xiaoping, el arquitecto de la reforma china que convirtió su país en la segunda potencia económica del mundo. Deng solo se quedó al frente de la Comisión Militar Central, que cedió en 1989 a Jiang Zemin para empoderarlo. Nursultán Nazarbáyev, después de presidir Kazajistán desde su independencia en 1991, presentó su renuncia en el 2019, pero sigue gobernando desde el Consejo de Seguridad y el Consejo Constitucional.

El anuncio de que la reforma del Consejo de Estado forma parte de los cambios constitucionales previstos deja entrever que Putin pretende dar mucho más poder a esta institución, mientras rebaja los prerrogativas presidenciales y deja la elección del primer ministro a la Duma, con la excusa de dar más poderes al Parlamento y de paso lavarse las manos cuando la gente proteste porque la economía va mal. Desde esta atalaya que supervisa las Fuerzas Armadas, el antiguo espía del KGB puede seguir controlando, pero ser menos visto.

Rusia, siempre dividida entre su cabeza europea y su cuerpo asiático, ha vuelto la espalda a Bruselas cansada de que no la traten como amiga y se acerca un poco más a Pekín para juntos plantar cara a quienes critican su falta de democracia y de respeto a los derechos humanos. Esta es la segunda pista que nos deja Putin, al señalar que la nueva Constitución rusa tendrá prioridad sobre el Derecho Internacional, algo absolutamente insólito, que revela la decisión del líder de burlar a detractores, activistas y oposición, que ya no tendrán a quien acudir porque, entre otras, las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos no se podrán cumplir.

La inmediata dimisión de Medvedev y su Gobierno puede formar parte de la escenografía para calmar el creciente malestar por el estancamiento económico y desviar la atención sobre el contenido de la reforma constitucional y los preparativos del referéndum. Su sustitución por el desconocido tecnócrata Mijail Mishustin facilita los planes de Putin de que nadie llegue a ensombrecer su popularidad, que ha descendido en el último año, aunque sigue en torno al 70%. Mishustin era hasta ahora jefe del Servicio Federal de Impuestos y, por tanto, conocedor de lo que contribuyen, o no, los amigos del Kremlin.

No hay otro funcionario más fiel que Medvedev, con el que se intercambió la jefatura del Gobierno en el 2008 al cumplir los «dos mandatos presidenciales seguidos» que le permitía la ley. Cuando Putin retomó la jefatura del Estado alargó de cuatro a seis años los periodos presidenciales, pero tras las elecciones de 2018, estaba claro que tenía que inventar cómo liberarse de la espada de Damocles que pendía sobre su cabeza. Para Medvedev ha creado el puesto de vicepresidente del Consejo de Seguridad.

Falta por ver cuántos conejos tiene la chistera de la Asamblea Constituyente.

* Periodista