La lectura de un reciente libro dado a la luz en su traducción española por una destacada editorial cordobesa, en cuyo cada vez más amplio catálogo tiene el articulista el alto honor de ver incluidas algunas de sus obras más preciadas por lo que se ve impedido de consignarla, lo ha afianzado en su creencia de que, frente al líder ruso, nos hallamos, pese a su relativa juventud, cara a un gran gobernante que acaso con el transcurrir del tiempo devendrá en estadista.

Pese al empeño de los grandes medios de comunicación occidentales en que así no sea y en menguar su estatura de líder indiscutible de una de las la naciones-eje del planeta, todo hace sospechar que su resplandeciente estrella seguirá en ascenso y su destino proseguirá por la misma senda de los forjadores de la Historia.

Se entiende bien, sin embargo, la renitencia ofrecida por los grandes foros y tribunas mediáticas de Occidente respecto de su figura y país. Tras casi un siglo de monopolio y exclusivismo de la política mundial con el nacimiento y espectacular desarrollo y expansión del credo comunista, el fracaso no menos estruendoso de la doctrina leninista hace un punto comprensible la actitud de preterición y desconfianza mantenida con relación a la potencia que durante largo tiempo presentase credenciales muy sólidas para el liderazgo planetario.

Desde el observatorio español y escala cronológica más amplia resulta aún más fácil de entender la mencionada renitencia, veteada de incomprensión no pocas veces. Tal vez por las afinidades antropológicas y culturales de entrambos pueblos puestas de manifiesto con frecuencia en la literatura especializada, el mesianismo que semeja encarnar hodierno Vladimir Vladimirovich Putin en nada se descubre extraño en un país en que el nacionalismo de base religiosa y espiritual ha constituido siempre el primum movens de su identidad y actuación en el escenario de la Historia. Salvadas las lógicas distancias, el nacionalismo español descansó sobre iguales cimientos. Si en España la lucha plurisecular contra el musulmán se erigió en el pilar nutricio y esencial de la conciencia patria, el rechazo de lo asiático se convirtió en el fundente por antonomasia de las creencias e ideario nacionalistas rusos. El asalto e invasión de la porción occidental de su extenso territorio en los inicios de los siglos XVII, XIX y XX, a cargo de las grandes potencias militares del momento -suecos, franceses y alemanes, estos por dos veces...-, dramáticos episodios concluidos con su sorprendente triunfo, acabaron por modelar un nacionalismo de corte medularmente espiritual y en ancha medida religioso.

A lo largo de los siglos la «Gran Patria Rusa» se impuso a sus mortales enemigos, sin renuncia de sus ideas religiosas -«La tercera Roma...»-, incluso en la URSS agredida por los ejércitos alemanes, contraatacados también por un pueblo al que la ardida e inteligente propaganda estalinista animó a resucitar briosamente el cristianismo sembrado en los albores de la Edad Media por los patriarcas San Cirilo y San Metodio.

*Catedrático