Algunos de los extremos explicitados en los artículos precedentes confirman una de las claves esenciales para aproximarse con un poco de exactitud a la compleja personalidad del mandatario moscovita. Su rica figura concita un amplio frente de hostilidad. Desde el enteco progresismo ruso al roborante y mediáticamente decisivo occidental, a los anticomunistas profesionales y nostálgicos de la Guerra Fría, sus adversarios constituyen una granítica muralla de rechazo visceral. Muestras numerosas de repudio son igualmente ostensibles en su propio país. Todo ello bien contado y aceptado, resulta asimismo innegable su alta popularidad en los estratos mayoritarios de las clases medias y bajas de su nación, siempre inclinadas y complacidas con la encarnación personal del poder, según refrendan los principales capítulos de su historia. En sus surcos más hondos, en su tradición más genuina se insertan la personalidad y actuación política de un Putin que, dentro de un mes, ratificará su indiscutible carisma gobernante, al encaminarse directamente a un cuarto de siglo de permanencia en el Kremlin.

El hecho es ese; y por encima de reservas y matices ciertamente no pequeños que cabe hacerle, la única realidad es la así configurada. Más allá de las corruptelas y actitudes reprobables en el proceso de su elección, la mayoría del pueblo ruso ratificará su mandato democrático en un Estado de Derecho aún muy imperfecto -50 años de una implacable dictadura como raíz inmediata-, pero con la suficiente legitimidad para sancionar por entero la legalidad de su nuevo e inminente gobierno. Una opinión pública europea inquieta y casi angustiada con la inestabilidad alemana, italiana y española del presente invierno no pondrá de facto demasiados reparos al resultado de las urnas rusas de 18 de marzo del año de gracia (todavía, y pese a todo…) y a la más que probable renovada investidura putiniana. Será el momento de pasar página en la política de la Unión Europea para abrirse al hecho incontestable de una Rusia como nación-eje del viejo continente. Es asaz previsible que, en el plazo de una o dos generaciones, deje de ser la superpotencia que, a trancas y barrancas, continúa siéndolo; pero hasta que tal momento llegue en el siempre incierto e imprevisible calendario de la Historia, la nación que más crucialmente intervino en los destinos del planeta a lo largo del siglo XX proseguirá alzada, por su extensión geográfica, naturaleza de su demografía y recursos naturales, como pieza mayor y determinante de la geoestrategia mundial.

Así, pues, mantengámonos a la espera de su próximo rumbo con un timonel que, a buen seguro, se incluirá en la corta lista de los gobernantes de excepción de una época huérfana de su beneficiosa presencia.

* Catedrático