Este artículo está cocinado fuera de nuestras fronteras. La frontera es un concepto relativo, que supuestamente se reblandece en la Vieja Europa. Ahí están los controles en los aeropuertos franceses, más propios de los días en que picoletos con capota controlaban las barreras al otro lado de carreteras pirenaicas. Pero ya se sabe que podemos renunciar a muchas cosas pero no a la sugestión y al canguelo, y más cuando apenas se han cumplido dos años desde los atentados de Niza y aún no alcanzamos el triste aniversario de su emulación en Barcelona.

He estado en Carcassonne, y los caballeros con adarga en ristre que tienen derecho a imaginar los turistas de murallas disneylianas son sustituidos por patrullas de soldados para recordar que las suspicacias al estado de excepción las carga el diablo. Más llamativa es la paradoja de Aviñón. En la ciudad de los nueve Papas, militares con metralleta y cargadores en estado de revista podrían ser tomados como otro pasacalles en esa miscelánea de creatividad y expresividad. Curioso que el medio centenario del mayo francés acepte con gran consenso que las armas se pasean por Aviñón para ser más libres. Aviñón viene a convertirse en los Sanfermines de la trova, y su espíritu libertario muestra la vivificación de los Corrales de Comedia en la trastienda de un bistro, o en el saloncito de una viuda habilitado. Por ello, l pequeña irreverencia, y el brindis a aquellos tiempos de adoquines, Sorbona y Erik el Rojo surjan con el caso Benalla. Todos los noticieros franceses no paran de hablar de Alexander Benalla, el jefe de seguridad de Macron que le ha producido el primer gran dolor de cabeza a su jefe. Al ínclito lo pillaron dando palos a unos manifestantes a diestro y siniestro, lo cual hace orear siquiera un poquito las soflamas de la Bastilla.

Pero hablamos de fronteras y de ombligos porque el caso Benalla apenas ha trascendido allende los Pirineos. Aquí bastante tenemos con descatalogar la factoría Puigdemont o digerir esta nueva versión del aznarismo . Si de Super Mario se han realizado enésimas versiones, por qué no aupar a un líder conservador que no necesita el bigote para simular el frenillo. Gustirrinín para Rivera, que tiene motivos con ese volantazo para volver a la casilla de salida, ese centro que es la achicoria en un país donde es un desmadre el café para todos. Y extraña la situación de Soraya, una émula de una reina de Castilla condenada a inmolarse como las mujeres de los faraones.

Más para puro teatro la retrospectiva que se le hizo en Aviñón a Jeanne Moureau. Para reverenciar a sus mitos son únicos los franceses, y allí estaba una exposición de la actriz que nos dejó el año pasado, una de las fundadoras de ese Macro Festival de la posguerra, en el patio de Armas que un día vio la magnificencia de Clemente VI. Me quedo con una fotografía de la Moureau del año 51, la plenitud de la belleza junto con su compañero Gerard Philippe, para mostrar que nuestros fugaces sueños también pueden ser eternos.

* Abogado