El diputado de Ciudadanos Toni Cantó le dijo a José María Aznar en la Comisión de Investigación del Congreso sobre la financiación irregular del PP que le hubiera gustado verlo más humilde. Pero eso es como esperar que el sol salga por el oeste. El expresidente del Gobierno compareció en su versión más genuina. Lo negó todo (fuera lo que fuera) y aprovechó para arremeter contra sus interrogadores y para enchufar el ventilador y, con distintos grados de intensidad y eficacia, esparcir acusaciones contra sus adversarios políticos.

Las cuatro horas y cuarto de respuestas a los diputados podrían resumirse así: Aznar negó que en el Partido Popular hubiera una caja b, pese a que la sentencia sobre la ‘trama Gürtel’ que provocó la salida de Mariano Rajoy de la presidencia del Gobierno da por acreditado que el partido tenía «una estructura financiera y contable paralela a la oficial»; rechazó que las iniciales J. M. que aparecen en los ‘papeles de Bárcenas’ se refieran a él, que, dijo, nunca ha recibido ni ordenado ningún ingreso ilegal; afirmó que las anotaciones en estos famosos papeles «carecen de fundamento», pese a que algunos de los beneficiados han admitido los cobros, y aseguró que no conocía ni contrató a Francisco Correa, el cabecilla de la trama ‘Gürtel’ condenado a 51 años, pese a que fue uno de los invitados a la boda de su hija.

Pero no se contentó con las negativas. Aznar es capaz de repetir que la sentencia de la ‘Gürtel’ aún no es firme y quejarse de que en España hay presunción de culpabilidad en lugar de presunción de inocencia, cuestionando tranquilamente las conclusiones de la Audiencia Nacional; dar por supuesto que Podemos se financia a través de los gobiernos de Venezuela o Irán; sacar a relucir el ‘caso Filesa’ o el de los ERE de Andalucía con valoraciones muy poco jurídicas, o burlarse de la venta de armas a Arabia Saudí al tiempo que niega por enésima vez que España participase en la guerra de Irak. Su respuesta al portavoz de Bildu, por otra parte, fue demoledora, pues le recordó las extorsiones de ETA cuando este le reprochó su supuesta ignorancia de lo que pasaba en el PP. Arropado por la plana mayor del PP --Pablo Casado lo cubrió de elogios, una actitud muy diferente al frío distanciamiento que marcaba la anterior cúpula popular--, Aznar mantuvo duros enfrentamientos con Gabriel Rufián, cuyo histrionismo se le vuelve en contra, y con Pablo Iglesias, a quien llegó a acusar de ser «un peligro para la democracia».

Ante este espectáculo, tan previsible como poco edificante, cabe preguntarse una vez más si las comisiones de investigación parlamentarias sirven para algo cuando las responsabilidades políticas están ya sustanciadas y las judiciales aún no se han pagado. La respuesta es sí: sirven al menos para dejar en evidencia a los comparecientes.

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