El fichaje del entrenador Pepu Hernández como precandidato a la alcaldía de Madrid por el presidente Pedro Sánchez es un viaje al pasado. Pero no un viaje al pasado a la manera de ensueño atormentado de Zweig en su novela del mismo título, no un retorno al amor que una vez se perdió porque no se cruzaron las distancias de la separación y del azar, sino una especie de reinvención acelerada y festiva de la cancha de baloncesto en que se conocieron hace treinta años. Fue en el Magariños, el legendario pabellón del Estudiantes, en el instituto Ramiro de Maeztu: justo al lado, casi pared con pared, de la no menos evocadora y elegiaca Residencia de Estudiantes. Digamos que hay un espacio mítico en Madrid en el que conviven las canastas de minibasket al aire libre y las colinas con cipreses juanramonianos, donde los fantasmas siderales de Lorca y de Dalí pueden codearse delicadamente con el de Fernando Martín, que empezó a elevarse sobre el aro con la camiseta negra del Estudiantes. Hay magia por ahí, en esa calidad del aire de la tarde cuando te asomas al balcón del pabellón Transatlántico y ves pasar de pronto a unos chavales que van botando un balón. Ahí se conocieron Pedro Sánchez, juvenil del 72, pívot en el equipo B del Estudiantes, y Pepu Hernández, técnico de la cantera. De aquellos entrenamientos vienen estos lodos, porque parece seguro que Pepu Hernández tendrá que retirarse de su candidatura justo después de haber saltado a la cancha y sin haber tocado aún el balón, tras desvelarse que utilizó una sociedad para pagar la mitad de impuestos por sus charlas motivadoras, después de ganar el Mundial de Japón dirigiendo a la selección española de los Gasol, Navarro y el cordobés Felipe Reyes, también estudiantil en sus orígenes. No es que su sociedad no sea legal, que lo es: es que se aprecia en ella el mismo ánimo defraudador que ya sentenció en su día a Màxim Huerta, que apunta de alguna forma a Pedro Duque y que sentó en el banquillo definitivamente a Monedero.

Pepu Hernández tiene 60 años y Pedro Sánchez 46. Seguramente ambos han vivido ya su mejor momento: uno, conquistando la gloria de Japón con la generación más talentosa del baloncesto español, y otro echando a Rajoy de la Moncloa. El resto es silencio, como dirían Shakespeare y Batman, porque después solo quedan las charlas motivadoras. Podrán dedicarse a eso después, como exseleccionador nacional definitivo y como expresidente, pero están tratando de jugar una prórroga que pueda conjurarles un futuro común. La charla de Pepu la podemos desmenuzar o demoler a través de su jerga de autoconocimiento y fe: «Me voy a atrever a exponer una serie de sensaciones y de convicciones con las que creo que tanto Pedro Sánchez como yo estamos muy identificados (...). Nosotros adquirimos en nuestra formación determinados valores que aflorarán cuando el reto, el desafío, nos lo exija. En ese momento lo rescatamos de nuestro bagaje: esfuerzo, humildad, juego y trabajo en equipo, que no siempre es lo mismo, solidaridad, amistad, determinación ante cualquier dificultad (...). Intentábamos ser líderes de nosotros mismos, que no es poco, para saber y poder liderar equipos y empresas, y alguno, por qué no, para poder ser líder de todo un país». Un poco Hossiers, la película con Gene Hackman de entrenador en Indiana, y también un poco Rocky. Pero Pedro Sánchez, aunque fuera un buen pívot fajador, comprometido en la defensa, no es Rocky. Y esta palabrería deportiva, aunque pueda gustarnos, no oculta el efectismo mediático, que lo mismo rescata a un astronauta que a un presentador de prensa rosa que a un entrenador de baloncesto para tener su cima de pantalla y popularidad informativa.

Ahora, por fin --Sánchez nunca pasó al primer equipo-- los dos comparten banquillo. Pero el precandidato socialista a la alcaldía de Madrid creó en octubre de 2006 la sociedad limitada Saitama para tributar la mitad de sus ingresos por conferencias. ¿Legal? Sí. Pero en 2015, hablando de Monedero, Sánchez afirmó: «Si yo tengo en la ejecutiva federal de mi partido, en mi dirección, a un responsable político que crea una sociedad interpuesta para pagar la mitad de los impuestos que le toca pagar, esa persona al día siguiente estaría fuera de mi ejecutiva. Ese es el compromiso que yo asumo con mis votantes y también con los españoles». Pues eso. La ocurrencia del presidente turista podría acabar con Pepu agotando sus cinco personales antes de quitarse el chándal, si Pedro Sánchez fuera un hombre de palabra.

* Escritor