Esto que dices no es verdad. Lo que cuentas solo te ha pasado a ti. O es una exageración. O pasaba antes, ahora no. O lo estás viendo desde una perspectiva equivocada. ¿No será que eres una resentida? ¿No será que eres una puritana?

Hay dos momentos importantes en la vida de cualquier mujer feminista: el de la toma de conciencia, cuando de repente atas cabos y puedes ver con tus propios ojos el machismo en crudo, sin las excusas que lo niegan y, el segundo, muchos años más tarde, cuando has atado aún más cabos, has leído, hablado, pensado, discutidos, escrito feminismo y de repente la verdad se te aparece tal cual: lo que creías que era el machismo no es más que la punta del iceberg. Pensabas que la igualdad estaba al alcance de la mano porque somos muchas las que hemos llegado a la primera fase, pero resulta que estamos aquí todas juntas, en la cima, pero bajo los pies tenemos siglos de costumbres, tradiciones, religiones, órdenes establecidos y sobre todo privilegios, muchos privilegios a lo que nadie quiere renunciar.

Ahora mismo creo que estoy en esta segunda etapa: después de las movilizaciones de los últimos dos años, de tener más que nunca libros feministas en la mesa de novedades de las librerías, de que el tema aparezca en los medios, resulta que hay quien sigue buscando el modo de normalizar lo que no es normal, la discriminación entre hombre y mujeres.

En Ofendiditos, Lucía Lijtmaer describe una de las formas que ha adoptado, en los últimos tiempos, la ofensiva represora no solo contra las mujeres sino contra cualquier tipo de protesta política. En el caso del feminismo, la cosa pasa por la tan extendida acusación de puritana. Como el pesado de la discoteca que te llama estrecha por no dejar que te meta mano, desde hace unos años una forma efectiva de intentar neutralizar las denuncias de acoso, violación o violencia contra las mujeres es acusarnos de ser unas puritanas. Lo interesante del cuaderno de Lijtmaer es que rastrea el origen de esta contraofensiva neoconservadora disfrazada de lucha por la libertad de expresión. Es una de las tareas más complejas y difíciles que hay que hacer hoy en día, cuando parece que todo el mundo dice lo que espontáneamente le parece sin condicionantes ideológicos aparentes: rastrear los discursos y descubrir de dónde salen y qué objetivo buscan. Solo así podremos desenmascarar a los falsos amigos de la libertad que no son más que los rancios casposos de toda la vida.

* Escritora