Anduvo lento pero firme y ante el presidente del Senado giró su pulgar hacia abajo. Con ese gesto decidido, en un momento cargado de expectación, el veterano senador republicano John McCain daba la puntilla a la ambición del presidente Donald Trump de derogar la reforma sanitaria de Barack Obama, la que dio cobertura médica a millones de personas en Estados Unidos. McCain, de 80 años y víctima de un agresivo tumor cerebral, ha vuelto esta semana al Senado estadounidense para dar una lección: una lección de vida, una lección moral y de pasión por la política en un momento en que los neófitos de Washington se embarran en los lodos de zafios espectáculos y de guerras más propias de tiburones de Wall Street que de la Casa Blanca.

El cinco veces senador por Arizona ha vuelto a la Cámara Alta ha con las heridas visibles que dejan la enfermedad: una cicatriz sobre la ceja izquierda --de donde le fue extirpado un coágulo recientemente-- y un visible hematoma en el rostro. Enfermo, pero sonriente y firmemente determinado a defender sus convicciones aunque estas choquen con la ortodoxia del partido.

En estos tiempos extraños de tribalismo político y de trinchera, su discurso sabe a gloria. «Dedicarse a impedir que tus oponentes políticos cumplan sus metas no es el trabajo más inspirador. La mayor satisfacción es respetar nuestras diferencias pero sin impedir los acuerdos», dijo el anciano legislador, que ha dicho que estará en la Cámara Alta siempre que pueda para seguir realizado el que es «el trabajo más importante» de su vida. Tras tumbar con su pulgar hacia abajo la derogación de la reforma sanitaria de Obama, los demócratas le han convertido en su nuevo héroe. Esta es la mayor derrota legislativa que afronta Trump desde que es presidente. También la más amarga que porque el golpe se lo propina su propio campo. Pero no es eso lo que honra a McCain. Le honra su coherencia y su compromiso. Sus palabras y sus hechos dignifican la política cuando Trump y sus acólitos la conducen por las cloacas.

* Periodista @mmartalop