Si leemos el capítulo 10 de San Marcos, hemos de concluir que, si no es imposible, por lo menos es bastante difícil. ¿Cómo de difícil? Pues poco más o menos como es difícil que un camello pase por el ojo de una aguja (Mr 10 25). Esta frase del evangelio de Marcos ha dado mucho que hablar, y mucho que pensar.

La frase del camello y de la aguja ya provocó extrañeza la primera vez que se pronunció. No acababa Jesús de pronunciar su última palabra cuando Pedro le objeta que le parece exagerada: tal radicalismo era ingenuo, y políticamente peligroso. El propio grupo de Jesús subsistía por el apoyo de algunas personas con patrimonio, que subvencionaban sus viajes y su manutención; la experiencia diaria demuestra que sin dinero no se puede hacer nada en la vida: ni estudiar, ni tomarse un helado, ni beber un cubata en un pub. Menos aún tener un coche, una piscina, o veranear en la Costa del Sol. Un movimiento revolucionario que pretenda una distribución más igualitaria de la riqueza puede encontrar adeptos: todos los que esperan salir ganando con la distribución. Un movimiento revolucionario que pretenda «dar la vuelta a la tortilla», arrebatar las riquezas a quienes las tienen, empobrecerlos para que los ricos empiecen a ser otras personas, puede encontrar adeptos: todos aquellos que esperan mejorar de posición. Pero un movimiento revolucionario que por hipótesis proponga que en adelante todos vamos a ser pobres, no creo que llegue a ningún sitio.

Por eso la frase ha dado mucho que hablar. Algunos quisieron entender incluso que el «ojo de la aguja» no era el ojo de una aguja de coser, sino una estrecha puerta de unas murallas, por donde pasaban los camellos con cierta dificultad. Es decir, que no había que entender la frase en sentido estrictamente literal. El hecho es que Jesús se enfrenta en esta ocasión, como en otras muchas a lo largo de su vida, a maneras de pensar que se toman como evidentes, y desmonta esa evidencia. Saludar a los amigos dice no tiene nada de particular, eso es lo que hace todo el mundo; lo que tenéis que hacer es llevarse bien con los enemigos. Lo que tiene que darte alegría no es que la gente hable bien de tí, sino que la gente te critique y te atribuya delitos que no has hecho. Si alguna vez te pegan o te roban, no te defiendas, dales oportunidad para que te sigan pegando, y regálales espontáneamente lo que no te han robado todavía. Todo esto, aunque parezca increíble, fue dicho por Jesús. Y además lo decía en serio, no pretendía hacer un chiste, ni proponer una especie de acertijo. Simplemente pensaba así, razonaba así, y por eso lo decía así. Jesús dijo muchas cosas increíbles, y una más de ellas fue lo de los ricos y el camello. Por lo tanto, no hay que extrañarse. Lo extraño hubiera sido que hablando de los ricos y de los pobres hubiera dicho lo mismo que pensamos todos.

Al hablar del Reino de los Cielos, Jesús no se está refiriendo a la salvación del alma después de la muerte. «Entrar en el Reino de los Cielos», en el texto evangélico no significa un acontecimiento transmundano, «post mortem». El Reino de los Cielos en el lenguaje de Jesús significa el movimiento de gentes que alimentadas por una nueva concepción de la vida, fortalecidas por una esperanza, vinculados entre sí por una fe, pretenden realizar en la historia el proyecto de Dios. El Reino de los Cielos es un proyecto a realizar aquí en el mundo, antes de que seamos demasiado viejos y hayamos perdido la ilusión por transformar lo que nos rodea. En esta hipótesis es en la que Jesús dice que es muy difícil que los ricos entren en el Reino de los Cielos. Están, a su juicio, demasiado satisfechos de su situación, demasiado instalados como para pretender que el mundo cambie. Porque, al fin y al cabo, saldrán perdiendo con cualquier cambio que se haga. Además este es el contexto en que Jesús pronunció la frase. En cierta ocasión se le hizo encontradizo un chico que era rico, y además era una bella persona: no fornicaba, no mentía, era respetuoso y atento con sus padres (Mr 10 19). Era un hombre de buenos sentimientos e idealista. Se dejó influir por el atractivo de honradez y sinceridad de la figura de Jesús, y quiso asociarse a él. Lo que nunca había pasado por su mente era que su status de poderoso terrateniente fuera incompatible con aquel nuevo sentido de Dios y de la Ley que Jesús estaba difundiendo. No entendió que tenía que deshacerse de su riqueza y repartirla entre los pobres. Finalmente decidió no seguir entre los discípulos cercanos de Jesús.

El ser rico o pobre no pasa de ser una circunstancia ajena a la moral, cuya consecuencia es bastante más simple: si eres rico disfrutas más de la vida que si eres pobre. Si has ganado injustamente el dinero que tienes, esa es otra cuestión. Pero el hecho de tener dinero, en ninguna ley divina ni humana ha sido tipificado como un hecho delictivo. Puedes provocar la envidia, el rencor incluso de los que han tenido en la vida menos suerte o menos oportunidades que tú. Pero un delito no lo es. Ni tampoco un pecado. Ahora bien, es un obstáculo para comprender, asimilar, comprometerse en el proyecto del Reino. Esta es la cuestión.

Tal como Jesús comprendió la vida de los hombres y la estructura social, desde el prisma de aquello que él llamaba el Reino, se produce una confrontación de valores entre lo que es el mundo de los ricos y lo que es el Reino. Esa confrontación es la que Jesús pone de relieve. No el que tener dinero sea pecado.

* Profesor jesuita