La ciudadanía es tan diversa, y la sociedad es tan heterogénea, que pretender ganar y hacer y deshacer al antojo de una supuesta mayoría es, como poco, improbable, aparte de ser inmoral el simple intento de ignorar la presencia de las minorías. Todos somos sociedad. Todos somos parte de la nación. Compartimos tantas cosas, nuestros destinos individuales se encuentran tan intrincadamente entrelazados, que tenemos la obligación de buscar acuerdos y, si es posible, consensos, por el bien de todos.

Si entendiéramos bien esa realidad social y fuésemos honestos, no debería ser tan difícil trasladar la cultura del consenso al mundo de la política. Lo cierto es que en nuestro día a día esa cultura del acuerdo se halla muy presente. La sociedad tiende a organizarse espontáneamente buscando soluciones de sentido común compartidas por la mayoría. Todo el mundo pregunta quién es el último en una situación en la que hay que observar un orden para acceder a un servicio. Todo el mundo se ayuda y comparte en medio de una catástrofe. En muchos partidos de fútbol de competiciones no oficiales se suele jugar sin árbitros. Las normas del mar se suelen cumplir sin una policía del mar. Entonces, ¿por qué es tan difícil que los políticos gobiernen sobre la base de grandes acuerdos, siendo tan importantes las cuestiones que nos atañen a todos? ¿Por qué se califica como traición el hecho de renunciar a ciertos aspectos ideológicos o incluso la ma-tización de ciertas propuestas electorales propias de un partido por mor de alcanzar un acuerdo de gobierno para todos?

El principio del acuerdo, incluso el de la búsqueda del consenso, debería estar por encima de todas las promesas electorales. El gobierno de todos está muy por encima del poder de la militancia o de la cúpula de un partido político. No se puede ir por ahí gobernando para unos pocos y dando bandazos de aquí para allá con cada cambio de gobierno. Entre eso y el desgobierno apenas si hay diferencia.

El PSOE, y Pedro Sánchez, deben entender el verdadero mandato de la ciudadanía. Son todos los ciudadanos en su conjunto, y no solo los votantes socialistas, quienes lo ha puesto ahí, en esa posición en la que están: es claramente el partido más votado, pero muy claramente también sin una mayoría para gobernar en solitario. Lo lógico sería que el gobierno se conforme en torno a las opciones mayoritarias, centradas, sobre acuerdos o consensos que satisfagan a sectores de la sociedad más amplios. Lo que los ciudadanos nunca llegaremos a entender es que con el solo objetivo de llegar al poder se permita que una opción muy minoritaria, como la de un partido nacionalista (PNV) o explícitamente independentista (ERC), acabe determinando y chantajeando a un gobierno que debería ser para todos los españoles.

Los españoles tampoco entenderíamos que un partido nacido con el objetivo de reunir a la ciudadanía sobre los principios de la liberad, la igualdad y la solidaridad en todo el territorio nacional, el partido de los Ciudadanos, se cierre en banda a un acuerdo que permita un gobierno estable y representativo de las sensibilidades mayoritarias de la sociedad española. La suma de PSOE y Ciudadanos es lo que mejor representa esa sociedad mayoritaria, moderada y centrada. Al margen de las estrategias de partido, puede que también legítimas, para conseguir arrebatar al PP la hegemonía del centro derecha, Ciudadanos, con Albert Rivera a la cabeza, haría bien manteniendo esa apuesta, ya practicada anteriormente, de facilitar la búsqueda de acuerdos que permitan la gobernabilidad. La ciudadanía es inteligente, y no considera que esos apoyos circunstanciales, tanto al PSOE como al PP, representen un valor negativo ni una traición a unos supuestos principios insobornables. El principio de la búsqueda del acuerdo y el consenso debería elevarse por encima de todo lo demás en la política. Exactamente igual que lo hace en la sociedad a pie de calle ante la obvia necesidad de una sana convivencia.

* Profesor de la UCO