Todas las elecciones se parecen y todas son distintas. Desde luego hay una gran diferencia entre las próximas y las que celebramos poco después de formalizada la transición. Las que están a la vuelta de la esquina nos aburren; creemos poco en ellas y no esperamos nada bueno de su resultado. Las de aquellas del cambio con buena nueva nos ilusionaban e incluso nos ponían un poco nerviosos. Todo en aquellos años era ilusionante. Por ejemplo: los que aceptamos cargos públicos lo hicimos pensando en el bien común, con vocación de servicio, incluso en perjuicio de nuestros bolsillos.

Aquello era hermoso. Esto, no. Esto es el canto o la música en un salón lleno de sordos; esto es inútil cacareo por todas partes. Y falta de estilo: hemos llegado --apaga y vámonos-- a que el cabeza de un partido --huera desde luego-- ha llegado a llamar felón al presidente del gobierno. Ni en Venezuela, vamos.

Pero los días siguen pasando lentamente y llegará el 28, creo que es. El día de las elecciones buscaremos ese papel oficial que hemos recibido e iremos a donde siempre, a meter una papeleta dentro de un sobre y el sobre dentro de una urna. Y en el poco tiempo de espera, los interventores, si no nos conocen, nos examinarán con mirada escrutadora para averiguar si somos de los buenos o de los malos, si vamos a votar a los suyos o no.

Aunque cualquiera que me conozca sabe con seguridad que en ningún caso votaré al felón, no me gusta verme obligado a escoger la papeleta a la vista de todo el mundo. No sé si no lo había la última vez, lo cierto es que tuve que coger mi papeleta de una mesa a la vista de todo el que quisiera mirar. No recuerdo haber visto el confesionario con cortinilla.

Hay votantes que vuelven a sus casas como esfinges, queriendo ocultar a toda costa cual ha sido su decisión. A otros, en cambio, les gustaría gritar desafiantes su voto que valoran como una patada en las espinillas a los otros.

Naturalmente hay colegios electorales de izquierdas y de derechas; por las ropas de los votantes los conoceréis. Aunque hoy las rodillas de los pantalones rotas, ex profeso y exageradamente, pueden despistar.

En cualquier caso de cara a los resultados las gentes piensan más en pactos y en alianzas que en victorias arrolladoras de nadie.

Depositado el voto soy capaz de tomar café con cualquiera, aunque sí elegiré cuidadosamente la compañía para tomar el medio de Moriles sin filtrar.

* Escritor. Académico numerario de la Real de Córdoba