Entre las muchas noticias que nos asedian todos los días, una de las más recurrentes en la prensa económica es el anuncio de una inminente nueva crisis. Una crisis más profunda que la anterior y que nos llevaría al borde del colapso económico. Parece que vista la fortuna que hizo Roubini con sus predicciones hay toda una multitud de discípulos regalando análisis sobre el futuro.

Que en algún momento del futuro puede haber una crisis de crecimiento en cualquier economía del planeta es un hecho seguro, pues no existe la economía perfecta de crecimiento infinito sin desequilibrios, como no existe la máquina del movimiento perpetuo. Como es seguro que se producirá una crisis de la economía global a poco que la sufra cualquiera de las grandes economías, pues la economía global es la suma de economías y mercados imperfectos. Las crisis, las disminuciones de crecimiento, incluso las profundas que cursan con una recesión y desequilibrios profundos como aumento del paro, los déficits o la inflación, son inevitables en todos los sistemas económicos, estén más o menos regulados. Y no, como erróneamente se cree, porque ocurrieron en el pasado, sino por la lógica del comportamiento humano: en las economías de mercado por los «fallos del mercado» (por el comportamiento «manada» de agentes racionales), y, en las reguladas, por los «fallos de sobreinversión» que son incluso más graves (pregúntesele a los rusos). Más aún, que vamos a tener una crisis de crecimiento global en el futuro es seguro, aunque solo fuera por la maldición malthusiana de que el crecimiento de la población mundial llevará al agotamiento de algunos recursos naturales básicos, dada la tecnología actual, si no es que llega antes el colapso medioambiental, que también tiene graves consecuencias económicas. Así pues, no tiene ningún mérito predecir genéricamente una crisis económica para el futuro, pues es lo mismo que predecir que todos los seres humanos que hoy estamos vivos en algún momento del futuro moriremos. La clave, entonces, no está en predecir una crisis, pues los altibajos en el crecimiento, como las enfermedades, son inevitables, sino en sortearla el mayor tiempo posible interpretando correctamente las señales de debilidad y los peligros, y actuando contra ellos, y, en el caso de que llegue, ejecutando políticas para que dure lo menos posible y sea lo menos maligna socialmente.

Precisamente porque es algo inevitable que tarde o temprano pasa, la economía española va a vivir una disminución de su tasa de crecimiento que, de conjurarse con algunos peligros que están en el horizonte, sí la podrían llevar a una nueva crisis, de menor intensidad que la anterior, sin que esto signifique que vaya a ocurrir el año que viene. Una disminución del crecimiento cuyo origen estará en la saturación del sector turístico, pues se están batiendo récords y se empieza a activar la competencia en otros destinos; en la incertidumbre que rodea al sector automovilístico por las nuevas regulaciones medioambientales y el alto coste de cambiar sus plantas; en el estancamiento de las exportaciones por las guerras comerciales y la ralentización china; en la saturación de la construcción de viviendas, pues aún hay un stock de casi 460.000 sin vender y el número de hogares crece lentamente; y, finalmente, en la ralentización del crecimiento del sector público, porque se está alcanzando el límite de lo sostenible de deuda pública. Así, pues en cuanto la mitad de los motores de nuestro actual crecimiento (turismo, automóvil y exportaciones, construcción y sector público) empiecen a alcanzar el punto de saturación, la disminución de la tasa de crecimiento (lo que algunos llamarían la crisis sin serlo), será un hecho. Que podría agravarse si amenazas como la crisis italiana o la crisis bancaria alemana (más que el Brexit) se materializan.

Una crisis que podríamos mitigar, incluso evitar, con una política de reforma estructural que empieza a ser inaplazable. Algo que no creo que sepa, ni pueda hacer, el hipotético Gobierno del señor Sánchez.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía