Con lo de la vacuna o nos pasamos de información (y desinformación) o nos quedamos cortos. Un servidor por supuesto que se va a poner el fármaco inmunizador, que creo que es un deber ciudadano, y además no desconfío para nada del trabajo que han realizado sesudos científicos a contrarreloj para obtener este producto. No necesito en ese aspecto que me convenzan ni me cuenten más historias pero... ¿me darán al menos el prospecto científico de lo que me inyecten? ¿Aunque solo sea una fotocopia de cortesía del folleto en el que se detalla lo que me han metido? Lo digo porque hasta para una simple pastilla refrescante mentolada que se venda en farmacia es obligatorio que lleve casi un minilibro con indicaciones, posología, posibles efectos adversos, contraindicaciones, conservación, contenido del envase... Pero de la vacuna de Pfizer, la primera que nos llegará... nada. Ni en internet he encontrado información fiable al respecto en todo un batiburrillo de datos en donde ya han salido falsos prospectos que fueron desmentidos tan rápido como surgieron.

O sea, que nos hemos tirado hablando de las vacunas todo este año en los medios de comunicación y en redes, en donde incluso se ha fabulando sobre conspiraciones alienígenas e informáticas, pero la más simple y útil de las informaciones, que además es preceptiva, de esa aún poquito se sabe.

Verán, y se trata de una mera anécdota, pero la última vez que me vacuné fue contra la gripe, ya que pertenezco a un grupo de riesgo, me hubiera gustado tener el prospecto aunque solo fuera para leer algo y entretenerme en la sala de espera mientras llegaba mi turno de la inyección. Recuerdo que me dio por preguntar después de administrarme la vacuna (al parecer fui el único que se preocupó de tal cosa en toda la mañana) si me podía dar algo de reacción o si tenía que tener precaución con cualquier circunstancia, algún tipo de alimento, el alcohol, otro medicamento... «¡No, alcohol no, ni se te ocurra!», me contestó la facultativa con una contundencia que me asustó. «Pero, ¿por qué? ¿Cuántos días?», quise saber con el miedo y el fármaco metidos en el cuerpo. «Tú no tomes alcohol», fue toda la contestación científica. Lo dicho: una mera anécdota en mi caso. Pero eso en Rusia no pasa. Y no me refiero a la falta de información, que allí de desinforma o se ocultan datos tanto o más que en Occidente, sino a lo del alcohol, porque con la vacuna Spurnik-5 más de uno quiso hacerle tragar al responsable la jeringuilla, la caja de las dosis y hasta el taburete donde uno se sienta para la inyección cuando se enteró que no podía beber ni una gota de vodka durante más de 50 días, que en Rusia hay muchos para los que dos meses de abstinencia es tan mortal o más que el covid-19.

En fin: que parece que seguimos sin acertar del todo en cómo estamos contando la epidemia, sobre todo cuando damos sobreinformación en algunas cuestiones mientras otras veces nos olvidamos de lo más simple y relevante.