Los partidos políticos y sus candidatos deberían convencernos. Pero el término convencer parece demasiado avanzado para una sociedad cada vez más frívola. Este procedimiento de elección y decisión (el convencimiento) ya fue piropeado por nuestro gran e inolvidable pensador don Miguel de Unamuno cuando reprochó a las fuerzas franquistas que solo se preocupaban de vencer y no de convencer. El esfuerzo por convencer al pueblo por parte del candidato a las urnas es síntoma de un desarrollo democrático sublime. Todo lo que se aleje del convencimiento y la exposición de proyectos eficaces e ideas vanguardistas, significa un retroceso social. Consecuentemente todo procedimiento que persiga alcanzar el sentido del voto a través de una especie de hipnotización subliminal de la gente o incluso directa, sencillamente es hacer trampas a la democracia aprovechándose de la bondad y permisividad inherente a la misma. Cuando no se persigue convencer con esfuerzos didácticos sino influir en el voto con picardía y sin creatividad ni disciplina, se está acudiendo a esquemas de influencia retrógrados que implícitamente insultan al sistema de educación universal pública. Los métodos de elección de nuestros gobernantes alejados del razonamiento deductivo rozan la ilegalidad democrática porque buscan, encuentran y provocan el endiosamiento y mitificación de los candidatos fomentando el culto a los mismos con repetitivos y absurdos símbolos faraónicos hacia su persona que es precisamente lo que ocurre en las dictaduras. Una buena forma de convencer en el voto son los debates televisivos directos entre los candidatos; debate puro y duro como en el senado de la Antigua Roma. O los mítines explicando los proyectos. O las redes sociales, tan efectivas por llegar a tantos en tan poco tiempo sin gastar papel alguno. Pero no es eso lo que abunda en una campaña electoral, sino medidas que tratan de forzar el sentido del voto como si los votantes fuéramos niños pequeños que van persiguiendo el caramelo de un desconocido que así nos lleva donde quiere. Y me refiero a las miles y miles de fotografías y carteles de los susodichos fulanitos ávidos de poder en los espacios públicos como si fueran grandes estrellas de la canción anunciando un concierto pero que en realidad, dada la ausencia de cultura explicativa, se erigen en un sistema de culto sin raciocinio, aparte de significar toda una pesadilla de gasto y ocupación de espacio público que además es estéticamente insoportable y ecológicamente va en contra de la tan necesaria nueva mentalidad contra el cambio climático por la tala de árboles que implica.

* Abogado