Además de la crítica feroz a la que estamos acostumbrados en la vida política, al cainismo puro y sin rubor donde todo vale, a la zancadilla y al comentario zafio, al teatrillo de las comisiones de investigación y de control, abierta la veda de siete meses de campaña electoral para los sucesivos comicios a los que estamos convocados, comenzamos ya a escuchar promesas de todo tipo que serán la actualidad, el desayuno y la cena de cada día durante estos meses venideros. Todos nos lo prometerán todo: el crecimiento económico, las mejores infraestructuras, el pleno empleo, las mejores prestaciones sociales, una educación inigualable y todo lo que nuestros oídos sean capaces de percibir. Como buenos mercaderes, los partidos comienzan a elaborar sus productos, sus mensajes estrella, sus puestas en escena, a contratar sus jefes de campaña, a preparar sus estrategias de venta, a diseñar el marketing de sus anuncios con los que envolver su producto, a estudiar los segmentos de población a los que quieren llegar y cómo transmitirle a cada uno el mensaje más adecuado para ganar su confianza, a comprar espacios donde publicitar sus mensajes. Gabinetes bien dotados de profesionales cualificados que nos pretenden disuadir para comprar nuestro voto a toda costa. No desgasta el poder, lo que desgasta es no tenerlo, señalaba Giulio Andreotti.

En este despliegue por tierra, mar e internet, llama también la atención la impostura de quienes asisten a todo tipo de eventos, no porque crean en ellos ni desarrollen una coherencia personal conforme a lo que dichos acontecimientos representan, sino para captar la foto y la confianza del votante. No para oírlos sinceramente, sino para aparentar que los oyen. Quienes acuden a barrios, mercados y entidades que no visitan desde las últimas elecciones, en que se dejaron ver, para volver a lanzar las mismas promesas de entonces. Ya conocen la frase de Nikita Kruschev, un político te ofrece construir un puente aún donde no hay río. Quien más alta hace la apuesta, normalmente es quien más te está engañando. Lo malo es que, en esta era de la posverdad, nos hemos acostumbrado a convivir con el engaño, nos parece natural que nos tomen el pelo, y que lo hagan gratis. Tal vez sea ese el espejo en el que deberíamos mirarnos, sobre todo para no engañarnos a nosotros mismos.

Resulta ardua la tarea de descubrir al que va de farol o guarda una carta en la manga, cuando todos juegan al póker. No somos expertos en comunicación no verbal, ni tenemos un polígrafo a mano con el que someter a diagnóstico la veracidad de lo que nos llega. No vivimos de promesas, sino de realidades. Y estamos en el vagón de cola de muchos indicadores. No te fíes de quien hace las promesas para romperlas, de quien cambia de principios como de camisa, de quien se olvida su palabra cada mañana. Detrás del mensaje, descubre al mensajero: su coherencia de vida, su trayectoria profesional, su compromiso social, su experiencia vital, y sus compañeros de viaje. Y que sea más bien la persona que el mensaje, el que incline la balanza de tus decisiones.

* Abogado y mediador