Ahora que ya nos han metido de lleno en campaña electoral no me resisto a poner por escrito algunas cosas que habría que resolver antes de votar. Aunque solo sea para que no se produzcan “manipulaciones” de las urnas. Sobre todo teniendo en cuenta la idiosincrasia del pueblo español, siempre impredecible y siempre pendular... que ya lo dijeron Antonio Cánovas del Castillo, "es español el que no puede ser otra cosa”, o Ángel Ganivet, “este español está autorizado a hacer lo que le dé la gana”. Aunque tampoco nos podemos olvidar de Pérez Galdos, “el español sabe hacer el 2 de mayo, pero no el 3 ni el 4 ni el 5”, o don Miguel de Unamuno: “Si por mí fuese no podrían votar los que no hubieran leído los programas de los partidos”.

Habría que prohibir --y esto ya es opinión personal-- las campañas electorales. O mejor dicho, habría que penalizar las promesas incumplidas (incluso con pérdida del puesto conseguido). Estoy seguro de que evitaríamos muchos de los “engaños” que hemos sufrido y estamos sufriendo desde que llegó la Democracia. Desde aquel “puedo prometer y prometo” de Suárez hasta lo del señor Sánchez Castejón: “¡Si apoyáis esta moción de censura yo os prometo que de inmediato convocaré elecciones generales!”. Por no olvidar las sabias palabras del sabio profesor Tierno Galván: “Señores, no preguntéis más sobre las propuestas de mi programa, las promesas electorales están para no cumplirlas”. También el aspirante Rajoy prometió bajar los impuestos en cuanto llegase a la Moncloa y antes de que cantara el gallo ya los había subido todos.

En mi criterio los partidos tendrían que depositar ante la Junta Central Electoral y el visto bueno de un notario sus programas para poder aplicar las penas que previamente habría que establecer en el Código Penal en caso de incumplimiento. Sin contemplaciones, sin aplazamientos. Porque el que miente o engaña a sus votantes no puede permanecer ni un minuto más en el Gobierno de la Nación, de la Autonomía o del Ayuntamiento... O las urnas se toman en serio o se mandan a la basura.

Dicho esto, voy a referirme a las encuestas electorales. Yo prohibiría esas encuestas, primero porque casi siempre suelen fallar y segundo, porque casi siempre son factibles de manipulaciones.

Y digo esto porque todavía, no he podido olvidar lo que yo mismo viví hace ya años (corría el año 1971) cuando era subdirector de Pueblo, con el gran don Emilio Romero como director. Un día se me ocurrió hacer una encuesta seria sobre lo que opinaban los españoles en cuanto al divorcio, dado que ya comenzaba a ser tema de discusión en la calle, y me dirigí a una de las tres empresas que se dedicaban a "encuestas y sondeos"... Y una vez seleccionada una de ellas y aprobado el presupuesto (250.000 pesetas, de entonces) y con el visto bueno de don Emilio, me encerré con el director de la agencia (cuyo nombre no viene al caso) para estudiar el cómo y el cuándo... Y mi sorpresa fue mayúscula cuando el “experto” (se había especializado en Estados Unidos), me hizo una pregunta: “Bueno, Merino ¿y vosotros qué queréis que salga?, ¿a favor o en contra?”... Y juro (o prometo) que quedé anonadado: “Pero, cómo, si yo creí que esto era una cosa seria y que dependía de las respuestas"... “Hombre, Merino, y es una cosa seria, pero hay algunos factores determinantes que pueden dar diferentes resultados , las preguntas, el segmento social al que te dirijas, la edad o el sexo de los encuestados y hasta el tiempo en que se realiza la encuesta, y según estos factores se pueden obtener un resultado u otro”. “O sea, amigo mío que el resultado de una encuesta es el que quiera el que la paga”. “Hombre, pues, en cierto modo sí...”.

En resumen, que a partir de aquel momento dejé de creer en las encuestas, porque luego, con los años conocí a un compañero de profesión, que se había especializado en hacer encuestas y las hacía el cabrón mientras tomaba café en su cafetería habitual, y de eso vivía. ¡Ah!, eso sí, había que ponerle a la empresa un nombre en inglés rimbombante. Así que lo dicho, ¡prohibidas las encuestas electorales!

Pero como esto no va a ser posible, al menos para el ramillete de elecciones que nos espera antes del verano me atrevo a adelantarles la encuesta que mi Pitonisa griega ha orquestado para un partido político (cuyo nombre no viene al caso) de cara a las generales del 28-A. Naturalmente, yo ni quito ni pongo Rey y me limito a reproducir los datos que ella ha obtenido, aunque no digo como. Eso sí, algo me fío de ella, pues todavía no se me ha olvidado la encuesta que me dió para las Elecciones Andaluzas del pasado 2-D de 2018: PSOE 34, PP 26, CS 20, Podemos 19, y Vox 11. Fue el resultado que más se aproximó a la realidad, ya que el PSOE sacó 33, PP 26, CS 21, Podemos 17 y Vox 12.

Pues para el próximo 28-A, me ha enviado sus resultados. Según ella el PSOE obtendrá 108, PP 70, CS 41, Podemos 30, y Vox 79. ¡No!... ¡No puede ser que Vox saque más votos que el PP y que el CS y sea la segunda fuerza política! Así que inmediatamente llamé a mi Pitonisa y le dije que estaba loca.

--Sí, yo estaré loca, pero conozco a los españoles mejor que nadie. ¡Ya me lo dirás el 28-A!

--Pues, ya lo veremos.

* Periodista y miembro de la Real Academia de Córdoba